EL DOLOR DE LA MADRE
La madre observaba
al cuerpo desfallecido de su hijo,
aquel que no quiso defenderse
ante la acusación de todo un pueblo,
aquel que quiso morir, según dicen,
para el bien de la acusadora nación.
La madre lloraba a los pies de la crucifixión.
Y esperaba ansiosa el permiso de los soldados
guardianes para descolgar a su hijo
de la fría y húmeda madera del lábaro.
La amorosa madre, intranquila
estaba por abrazar el cuerpo inerme de su hijo,
el cuerpo herido, sangrante y dañado,
el cuerpo ya despojado de toda vida.
Sus cabellos, su tez, sus brazos, su pecho, sus piernas
se hallaban ya vencidos,
y la sangre fluía aturdida
sobre las pieles desgarradas
del torturado hijo;
y amigo, y compañero,
y amador de los desgraciados, de los pobres y abandonados;
y de los enfermos, y de los desahuciados,
y de los perdidos y azotados,
y de los desdichados y míseros.
La madre esperaba la licencia del soldado.
Los ojos brillantes y compungidos de la madre
se movían ansiosos entre la mirada fría del guardián
y la imagen lívida y exangüe del crucificado.
Texto: Anónimo (Un jubilado)
Imagen: El Descendimiento. Weyden, Rogier van der.
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado
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