Andrea y los peces de colores
En un pueblo pesquero vive Andrea con su madre, Carla, su padre, Mario, y su hermana pequeña, Micaela. Mario es camionero, así que pasa mucho tiempo en la carretera, porque hace trayectos hasta Francia. Carla, sin embargo, pasa bastante tiempo con sus hijos, ya que tiene un trabajo de media jornada en la tienda de ropa de su hermana Asunción.
Andrea, desde hace tiempo, quiere poder bucear. Ahora que ha cumplido nueve años, le ha pedido a sus padres poder aprender, porque quiere ver el fondo marino, para poder contemplar los peces de cerca. Para ello, Mario habla con su amigo Roberto, que es buzo. Así es como Andrea comenzó sus clases de buceo con el amigo de su padre. Primero estuvieron durante unas semanas en la piscina de casa de Roberto, para luego poder pasar mejor a bucear en el mar. Roberto vio que Andrea tenía mucho empeño y no se le daba mal, así que, una mañana de sábado, pasado mes y medio, tras haber hablado con sus padres, decidió llevarla a bucear en el mar. Cogieron la barca de Roberto y, junto a Carla y la hermana de Andrea, se fueron a una hermosa calita donde Roberto sabía que Andrea podría ver muchos peces de vivos colores.
Roberto bajó de la barca y ayudó a Carla primero, para después pasarle a Micaela, que fueron nadando hasta la playa y se quedaron allí observando mientras Roberto y Andrea se sumergían en el mar. Al poco tiempo, Andrea estaba rodeada de peces de distintos colores, con lo cual se emocionó muchísimo, tanto, que tuvo que salir a la superficie. Luego, se fueron ambos nadando para reunirse con Carla y Micaela en la playa para tomar el sol, mientras Andrea le explicaba a su madre las maravillas que había podido ver, aunque había estado muy poco tiempo. Micaela, aunque era mucho más pequeña, escuchaba atenta lo que contaba su hermana sobre los peces de distintos colores, las algas que se movían al compás de las olas, las estrellas de mar que había podido ver y las rocas de distintos tamaños y formas que estaban en el fondo marino.
Un mes más tarde, tras haberse sumergido juntos más de diez veces, Roberto decidió enseñarle una cueva a Andrea, que era de fácil acceso pero que era muy bella en su interior. Habían estado practicando mucho para bajar con botellas. Andrea ers la tercera vez que se sumergía con ellas en el mar. Bajaron tranquilamente y se adentraron en la cueva despacio, sin prisa. Una vez allí, Andrea pudo ver una especie de lago de un color azul intenso, muy brillante, por el reflejo de las rocas que lo rodeaban que, curiosamente, eran de un azul intenso con dibujos de color oro en forma de círculo. Andrea se quedó muy impresionada por todo y más cuando salieron a la superficie, llegando por un pasadizo hasta una especie de habitación con paredes de roca de color amarillo, en cuyo centro había una especie de piedra rectangular de color verde esmeralda, en cuyo centro había un hueco en forma de triángulo y en su interior, una sortija con una piedra azul celeste envuelta en un paño rojo. Solo podían ver la piedra, además del anillo, Roberto y las personas que Roberto, con unas palabras mágicas pensadas tras el nombre de su abuela Marta, hacía que pudieran verlo.
—¡Mira Andrea! Este es un anillo mágico que me regaló mi abuela cuando era niño. Lo tengo aquí para que no me lo roben. Voy a dejar que te lo pongas para que puedas pedir tres deseos.
—¿En serio? —preguntó Andrea mientras se quitaba el cabello del rostro.
—¡Claro que sí! Póntelo y pide lo que quieras.
Andrea se puso el anillo y se sentó un momento para pensar qué es lo que realmente deseaba pedir. Al cabo de unos minutos, le dijo a Roberto que ya sabía lo que quería.
—¿Y bien? Tienes que decirlo algo y claro para que se cumplan.
—Quiero que mi padre encuentre un empleo en la ciudad para que pueda pasar más tiempo con mi madre, con mi hermana y conmigo. Lo añoro mucho cuando se va y paso tan poco tiempo con él, que no me da tiempo a hacer muchas cosas que me gustaría poder hacer acompañada de mi padre.
—Ya verás que se cumplirá en breve.
—¿Crees de verdad que se cumplirá?
—Ya lo comprobaremos. ¿Y el segundo deseo?
—Me gustaría que mi hermana Micaela pudiera ver bien. Lleva gafas de mucha graduación y ve muy mal. Seguro que eso la haría muy feliz. Yo la he oído llorar muchas veces por ello por la noche, cuando se piensa que creemos que duerme. Como compartimos habitación, la tengo muy cerca. Además, se cansa mucho de leer y yo te tengo que contar los cuentos por ello.
—Es muy bello por tu parte pensar en los demás, pero ¿no tienes un deseo para ti?
—Roberto, todos esos deseos son también para mí, porque de esa forma estarán felices y yo por ello también lo estaré.
—¿Y cuál es el tercer deseo? —pregunta con curiosidad Roberto mientras se toca la barba de pocos días que se ha dejado.
—Pues el tercer deseo, es poder ir todos juntos a visitar a mi abuelo Sergio, que vive en Alemania con su nueva esposa. Yo me llevaba muy bien con él, pero hace cinco años que no he podido verlo. Además, quiero ver a su perrita Kía, que ya es ancianita. Con ella jugué mucho de pequeña. Yo adoraba a esa perra.
Tras decir sus tres deseos, Andrea se quitó el anillo. Roberto lo sumergió durante unos minutos en el lago antes de secarlo y volverlo a poner en el lugar en el que lo habían encontrado.
Cuando salieron de la cueva, al llegar a la orilla, se secaron un poco al sol antes de subir al coche. Roberto acompañó a Andrea hasta su casa, mientras cantaban una canción sobre piratas.
Al pirata Barba azul
le gusta mucho comer sardinas,
y como las come con mucho pan,
tiene una enorme barriga.
Cuando Andrea entró en su casa, vio a su madre muy contenta y después de darle un beso, le explicó:
—Tu hermana ha recuperado la vista. No sé cómo ha sido, pero ahora ve bien sin gafas.
—¡Ohhhhhh! ¡Qué bien, mamá! Me alegro mucho.
Al minuto llega su hermana y gritando de felicidad le dice a Andrea:
—¡Puedo ver, puedo ver! ¿No es maravilloso, hermanita?
Andrea la rodea con sus brazos y le da un beso en la frente.
—¡Cómo me alegro de que así sea!
Esa noche cenaron las tres pizza tras hablar todas con el papá de Andrea y Micaela, pero no le dijeron nada, querían que fuera una sorpresa cuando llegara a casa al cabo de unos días.
Cuatro días después llegó Mario a su casa. Todas lo recibieron con abrazos y besos. Luego, Carla le dijo lo de Micaela y él se puso a llorar de felicidad mientras abrazaba a su hija pequeña.
—Yo también tengo una noticia buena que contaros—express Mario mientras se remueve el cabello en la parte superior de la cabeza.
—¿Y qué es? —pregunta Carla.
—Pues que a partir de ahora voy a trabajar en una empresa que arregla camiones. Al fin y al cabo, soy mecánico, así que podré estar más tiempo con vosotras.
Andrea no se lo podía creer. Eso sí que también la iba a hacer tremendamente feliz. Tenía tantas ganas de poder hacer cosas juntos, que sentía que corazón le palpitaba de alegría.
Una semana después de que su padre comenzara a trabajar en la empresa arreglando camiones. Su abuelo Sergio les había comprado billetes a todos para irlo a ver en vacaciones de Navidad. Ya lo había hablado con su hijo Mario. Por fin estarían todos juntos de nuevo, incluida la perrita Kía.
Llegó la Navidad y fueron a Alemania a ver al abuelo de Andrea. Allí lo pasaron muy bien aunque hacía frío, pero la casa de Sergio y Astrid era muy cálida por las chimeneas que tenían. Resultó que Astrid es una mujer muy divertida, con la que se hicieron cantidad de cosas, incluidos muñecos de nieve. Así fue como todos se sintieron felices de estar juntos.
Juana María Fernández Llobera
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