LA ISLA DE LA NIEBLA NARANJA
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LA ISLA DE LA NIEBLA NARANJA

Cuento infantil de Juana Ma. Fernández Llobera

Juana Ma. Fdez. Llobera | 30 sep 2025


La isla de la niebla naranja

-1-

En el mar Atlántico, hay una isla a la cual ningún marino quiere ir, porque dicen que quienes han ido no han vuelto. Yo conocí lo que había en su interior, no porque fuera más valiente que nadie, sino porque conocí a Kiwana, una chica adolescente de trece años que salió de ella con su canoa para dirigirse a Isla Terceira. Necesitaba comprar algunas cosas para ella y su familia. Fue en el mercado donde la vi por primera vez. Era una chiquilla menuda, de ojos color de miel muy vivos y una sonrisa fresca, de esas que hacen que sonrías también. Yo estaba ayudando a mi madre en su puesto en el mercado donde vende fruta y verdura, cuando Kiwana se acercó para comprar fresas y mangos, aparte de algunas otras verduras. La atendí yo porque mi madre estaba atareada con otra clienta.

Hola, ¿qué deseas?

Pues…un kilo de fresas y cinco mangos. También quiero dos lechugas y esa col que tienes a tu espalda.

¡Claro! No te había visto por aquí nunca. ¿Vives en la isla desde hace poco?

No vivo en esta isla. Vivo en la isla que vosotros llamáis de la niebla naranja.

¡Venga ya! Allí nadie se atreve a ir, ni siquiera marinos experimentados. Quien entra allí, no sale.

Yo no tengo razones para mentirte. Vivo en esa isla desde que nací allí.

¿Cómo te llamas?

Me llamo Kiwana. ¿Y tu?

Me llamo Richardcontesta mientras le hace entrega de todo lo que había pedido Kiwana.

Me alegro de haberte conocido, Richard. ¿Cuánto te debo?

Invita la casa. Otra vez ya me pagas.

¿En serio?

Sí, en serio. Yo las cultivo, así que puedo hacer con ellas lo que quiera. 

Muchas gracias, Richard. Espero verte pronto. 

Yo también. 

Kiwana se fue con lo comprado al puerto donde tenía amarrada su canoa. Le había dado unas cuantas monedas a un chico para que la vigilase mientras estaba comprando, ya que es una embarcación pequeña y poco conocida. Subió a la canoa y comenzó a remar con fuerza para llegar pronto a la isla que habita. Una vez allí, Koloa, su amigo desde la más temprana infancia, le ayudó a sacar la canoa y ponerla en el embarcadero que habían construido en la playa.

¿Cómo te ha ido por Terceira?

Bien, bien. Había mucha gente. He conocido a un chico, en un puesto de fruta y verdura, que se llama Richard. 

¡Vaya! ¿Y es guapo?

¿Estás celoso, Koloa?

¡Qué va!

Sí, te has puesto celoso. Koloa celosón, te voy a llamar.

¡Venga ya, Kiwana!

—¡Celosón, celosón! 

Sale corriendo Kiwana y tras ella Koloa. Cuando le da alcance, Kiwana se vuelve y lo mira a los ojos, y el chíquillo tímido le da un beso en la frente.

Llegados al poblado, Kiwana se va a su choza donde vive con sus padres y su hermana Lamboa. Pone en el frutero las piezas que ha comprado y en un cesto el resto de verdura. Da un beso a sus padres y comienza a ayudar a su madre a preparar la comida, mientras que su padre aviva el fuego. Comen, una hora después, todos juntos. Sanoa, el padre, le pregunta a Kiwana por su viaje a la isla vecina.

¿Qué tal te ha ido para ir a Terceira?

¡Bien, papá! La nueva canoa, que me hiciste, va perfecta. Es mucho más rápida y estable. 

¡Me alegro mucho, hija! —responde Sanoa tras haber encendido su pipa.

Cuando tenga tu edad, yo también irédice Lamboa mientras se hace una trenza delgada con cabello cercano al rostro.

¡Claro, hija! —responde la madre, que se llama Gotoa.

Yo te haré una canoa para ellodice el padre sonriendo.

Tras la comida, mientras sus padres se echan para una siesta, Lamboa y Kiwana se van a la playa, donde se reúnen con Koloa, con Jokoa, Morso y Vewella. Allí cantan canciones al son de la guitarra de Koloa, tras lo cual, comienzan a bailar. Todos se lo pasan muy bien y se les ve muy felices. A las siete de la tarde todos se van hacia sus casas porque tienen que ayudar a sus padres a preparar la cena. 

 

-2-

Kiwana comienza ir a la isla Terceira más a menudo. Va siempre al puesto de la madre de Richard, porque así puede verlo y después, pasar un rato con él. Un día que estaban paseando, Richard comenzó a hablar sobre su niñez y de cómo había vivido hasta entonces:

El otro día, cuando te despediste, me dijiste que querías saber más de mí. Pues bien, nací en esta isla, en una población que se llama Santa Bárbara, que está cerca de Cinco Ribeiras, que es donde nació y se crió mi madre. Somos tres hermanos, dos chicos y una chica. Mi hermano, Oliver, es el mayor, pero ya no vive aquí, así que soy yo el encargado de ayudar a mi madre. Mi padre murió en alta mar cuando yo era muy pequeño. ¿Y tú?

Bueno, ya te dije que vivía en la isla que vosotros llamáis de la niebla naranja. Nací allí, en una cabaña desde la que puedes contemplar el mar. Somos dos hermanas, Lamboa y yo. Mi hermana es más pequeña que yo. Vivimos con mis padres en la misma cabaña en la que nací. Ni hay mucho más que contar. Somos felices allí porque tenemos bastantes amigos y hacemos muchas cosas en la playa. 

¿Seguro que vives allí y no es una mentira para hacerte la interesante?

¡Claro que es verdad! Yo no dudo de lo que me cuentas de tu vida. No entiendo la razón de que dudes tanto de mí.

Es que todos los marinos que fueron, jamás volvieron. Se dice que mueren al intentar entrar.

Igual lo que pasa es que no quisieron regresar.

Me picó la curiosidad, así que seguí a  Kiwana. En cuanto ella comenzó a remar hacia la isla de la niebla naranja, la seguí con su embarcación a una cierta distancia para que no supiera que la seguía. Una vez nos adentramos en la niebla, tuve miedo, tanto, que vomité fuera de la barca. Los minutos que duraba el trayecto hasta alcanzar tierra, me parecieron largas horas. Kiwana alcanzó tierra mucho antes que yo. Para cuando llegue, ella ya no se encontraba en la playa. Bajé a la arena y escondí la barca lo mejor que pude entre densos matorrales que había al comienzo del bosque. 

Me adentré por el bosque a través de un camino para conseguir alcanzar a Kiwana, ya que pensé que se había ido por éste, que era el más ancho de los que había visto. Al poco tiempo, una red cayó sobre mí y varios hombres me rodearon. Pasaron un gran palo en la parte superior de la red atravesándola y entre varios hombres me llevaron por el camino hasta una cueva muy profunda en la que habían construido unas celdas. Allí tenían a los prisioneros más recientes según escuché. Abrieron una de ellas y me metieron allí y después  me dieron un recipiente con agua y un poco de fruta. 

A la mañana siguiente de haber sido apresado Richard, Kiwana se enteró de que habían cogido a un chico joven y tras cómo lo describieron, supo de inmediato que se trataba de Richard, pero de todas formas, fue a comprobarlo. Una vez allí, lo vio tumbado en el camastro que había en la celda.

¿Qué haces aquí Richard?

Me entró la curiosidad.

Dí, más bien, que no te creías lo que te conté y quisiste ver realmente dónde vivía y, para tu sorpresa, viste que era cierto y quisiste saber más. 

Bueno, no es exactamente así, pero…entiendo que lo veas de esta forma. ¿Me van a matar?

Nosotros no matamos a nadie, simplemente el Consejo va a ver qué hacen contigo. No tendrías que haber venido, tu madre debe estar muy preocupada sin saber dónde estás. Aquí no hay cobertura para que puedas llamarla con tu móvil.

Sí, ya lo probé y lo he visto. 

Bueno, me tengo que ir al colegio. Mañana te traeré algo para comer mejor de lo que te deben haber dado

A la mañana siguiente Kiwana le trajo una enorme ensalada con cantidad de verduras variadas con queso y huevos cocidos, lo cual el muchacho agradeció. Después, Kiwana le dijo que el Consejo se reuniría por la tarde para saber qué iban a hacer con él. También le contó que había personas que, en principio, trabajaban para otros, vigilados, pero que pasado un tiempo, les había gustado tanto la isla que decidieron quedarse libremente y viven en cabañas construidas por ellos, sin tener que trabajar obligatoriamente en casa de alguien por considerarles prisioneros. 

Después de acudir al colegio, Kiwana estuvo presente en la reunión de todos los miembros del Consejo para tomar una determinación sobre todos los prisioneros que tenían de la última semana. Como es siempre a puertas abiertas, para que todo el mundo pueda acudir, Kiwana decidió ir. Cuando llegó el turno de que tenían que tomar partido sobre el futuro de Richard, Kiwana estaba visiblemente nerviosa. Tras más de una hora, el veredicto fue que tenía que trabajar en casa de Lortoyo, que es uno de los hombres más influyentes del poblado donde vive Kiwana con su familia. 

A la mañana siguiente, trasladaron a Richard a casa de Lortoyo. Le enseñaron la pequeña cabaña donde a partir de ahora iba a vivir cuando no trabajara y, después, lo llevaron a uno de los enormes huertos para que trabajara junto a dos personas más. Uno de ellos, llamado Mariano, español, era el encargado de repartir entre los demás las labores a hacer ese día. Richard vio que tenía que seguir las directrices que le daban, ya que no podía escaparse porque no serviría de nada. Ya le habían dejado claro que su barca ya la habían requisado. 

Una noche, Kiwana fue a su cabaña a visitarlo. Le llevó papel y un bolígrafo para que escribiera una carta a su madre. Ella se la haría llegar. La muchacha sabía que su madre debía estar desesperada buscándolo. Le explicó la razón de que no le ayudara a escapar y hablaron durante horas, hasta bien avanzada la noche. 

A la mañana siguiente de haber ido a ver a Richard, Kiwana partió con su canoa a la isla donde vive la madre de él. La mujer se pone a llorar en cuanto lee la carta. En ningún momento de la misma le dice dónde se encuentra, porque entiende que no debe decírselo para no ponerla en peligro y empeorar las cosas. La mujer no entiende la razón por la que la muchacha no le ha ayudado a escapar, pero Richard sabe que eso no lo puede hacer porque pondría a todo el mundo cercano a ella en su contra.

 

-3-

Tras seis meses de ver sufrir a Richard y a su madre, Kiwana decide ayudar a Richard a huir de la isla. Sabe que una vez lo haya hecho, no podrá volver, pero internamente siente que es lo correcto. Una noche, cuando todo el mundo duerme, a las tres de la mañana, va en busca del muchacho y van deprisa hasta la playa para adentrarse en el mar que, por suerte, está algo alumbrado por la luna llena. Kiwana ha conseguido varios farolillos para alumbrar y no ir todo el trayecto a oscuras, pero solo los hacen servir una vez están a una cierta distancia de la playa.  A sus padres, la muchacha les ha dejado una extensa carta donde les explica los motivos por los cuales va  ayudar a Richard, aparte de agradecerles todo lo que han hecho por ella desde que nació. Llegan a Terceira cuando aún ni ha amanecido, así que esperan un poco antes de ir a casa de la madre de Richard. Beben mientras tanto agua de coco, que sacan de un coco que ha traído Kiwana. Cuando comienza a clarear van a casa del muchacho. La madre, al verlo, lo abraza con fuerza y luego le da las gracias a Kiwana. El chico, mientras toman café de puchero, le explica a la madre que Kiwana no puede volver a su isla porque no entenderían que le ha ayudado a escapar. La madre de Richard, entonces, le dice que se puede quedar con ellos. 

Mientras tanto, en la isla de la niebla naranja, sus padres discuten por tener opiniones diferentes. El padre dice que lo que ha hecho Kiwana es una deshonra y que no puede volver al poblado, cosa que ha determinado, además, el Consejo. Su madre, sin embargo, piensa que lo que ha hecho Kiwana es lo correcto. Koloa, su amigo, también la defiende delante de todo el mundo porque también piensa que ha hecho bien ayudando a Richard. 

Pasados ocho meses, la madre de Kiwana no puede más y saca su vieja barca para ir a ver a su hija. Una vez en Terceira pregunta para poder encontrarla. Cuando por fin da con la casa donde vive Richard, nadie está en ella, así que va al mercado. Cuando Kiwana levanta la vista de la verdura y ve a lo lejos a su madre, sale corriendo hacia ella y se funden en un largo abrazo. Esa noche, en la cena, la madre de Richard le dice a Gotoa, la madre de Kiwana, que se puede quedar en la casa todo el tiempo que necesite, así que durante cinco meses viven allí todos juntos.

Una mañana, tras cinco meses, su padre decide ir a Terceira a ver qué pasa. Echa de menos a su esposa y a su hija. Una vez en casa de Richard, intenta que entren en razón y que vuelvan, pero pidiendo perdón al Consejo. Gotoa quiere volver, pero no entiende la razón de tener que pedir perdón por algo que considera que su hija ha hecho correctamente. Tras dos semanas, deciden volver, porque además, tienen que cuidar a la hermana de Kiwana que está con una de sus tías, hermana de su padre. Una vez allí, los apresan a todos y los conducen, al día siguiente, delante de los miembros del Consejo. Les quieren dejar quedarse, pero como prisioneros, pero Kiwana, que lleva ya pensado todo lo que desea decir, hace un discurso largo y coherente sobre las razones por las cuales ayudó a su amigo, haciendo hincapié en que no podía ver sufrir más a la madre del muchacho y que a ellos les pasaría igual si apresaran a uno de sus hijos. Al final, casi todos los miembros del Consejo se conmovieron ante las palabras de Kiwana,  decidiendo por mayoría dejarlos libres. Desde entonces, cada quince días, toda la familia de Kiwana va a visitar a Richard y a sus madre a Terceira.

 

                                            Juana María Fernández Llobera

 

 

 

 

 

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