CONVERSANDO CON MARÍA CRUZ VILAR
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Relatos entrañables en un pueblo aragonés - "Soplar al cierzo"

María Cruz Vilar | 24 jul 2025


‘Soplar al cierzo’ de  María Cruz Vilar

Relatos entrañables en un pueblo aragonés

Buenas tardes, María Cruz. Nos reunimos hoy para hablar de tu libro de relatos ‘Soplar al cierzo’, que es un libro de relatos actuales ubicados en un pequeño pueblo de Aragón. 

J.M.: Antes de adentrarnos en las historias que suceden en el pueblo aragonés, me gustaría que nos hablaras de ti, para que nuestros lectores puedan conocerte. Sé que naciste en Madrid, pero puedes hablarnos de dónde resides ahora, qué es lo que te llevó a estudiar Ciencias Políticas y Sociología, consiguiendo la Licenciatura por la Universidad Complutense de Madrid. ¿Cómo nació el deseo de comenzar a escribir? ¿Cuál es el género en el que te sientes más cómoda? ¿Qué premios has conseguido en tu faceta como Escritora? Y todo aquello que creas que sea de interés para que te conozcan mejor.

M.C.: Buenas tarde Juana María. Efectivamente he nacido en Madrid, y vivo en Madrid desde entonces. Me gusta mi ciudad, aunque tenga un montón de cosas que deberían mejorar, pero a pesar de todo Madrid es una ciudad abierta que me ha ofrecido muchas oportunidades. De Madrid me gusta ese anonimato que me permite observar sin ponerme en evidencia. De Madrid me gusta hasta el Metro que me lleva a todos sus rincones. Soy urbanita, y valoro volver a la ciudad después de un viaje.  

Me licencié en Ciencias Políticas y Sociología cuando en este país casi ni se sabía que era un sociólogo, y lo hice con el mismo espíritu con el que me acerco a la escritura: por puro amor al arte. Es una carrera preciosa que me abrió una ventana al conocimiento del mundo, y que volvería a hacer ya sin en el estrés de aquellos años en los que acudía a las clases de la Facultad (al tercer turno que empezaba entre las 18 y 19 h) después de la jornada laboral en el Registro Mercantil de Madrid, que es donde me he ganado la vida siempre. 

El deseo de escribir nace siendo muy pequeña, con el descubrimiento de los cuentos ilustrados y luego con el placer de la lectura de cuentos, tebeos y aquel ejemplar de Robinson Crusoe que encontré en la mesilla de mi abuela, con apenas ilustraciones, y una historia que me atrapó. Después de aquella lectura creí que ser escritora sería algo apasionante que me gustaría ser de mayor (tenía entre seis y siete años). Empecé escribiendo pequeños cuentos que luego contaba a mis hermanas, y en la adolescencia poesía. Mi vida ha estado marcada por la obligación del trabajo desde muy joven, trabajo en el que no he parado de escribir tomos y tomos relatando la vida y los avatares de las sociedades mercantiles. Cuando entré a trabajar en el Registro lo hacíamos con pluma, éramos amanuenses, luego se permitió el bolígrafo, la máquina de escribir y más tarde llegó el ordenador. En la actualidad hasta han desaparecido aquellos tomos de papel de excepcional calidad en los que dejé escritos kilómetros y kilómetros de palabras. Siempre he sido consciente de que escribir requiere mucha dedicación, mucho tiempo que yo no disponía, porque antes estaba el cumplimiento con el trabajo que me daba estabilidad económica, mi familia y mis hijos, por eso, cuando se fueron haciendo mayores y fui ganando tiempo para mí, no lo dudé y me dediqué a esa vocación “secreta” que apareció con la lectura de Robinson Crusoe. Vocación que espero seguir disfrutando por lo mucho que me aporta como realización íntima y personal. 

Empecé escribiendo relatos cortos, pero la idea de escribir ciertas historias con largo recorrido llevaba años en mi cabeza y rápidamente empecé mi primera novela, y mi primera obra de teatro. Me siento cómoda escribiendo cualquier género: relato, novela, teatro, cuento infantil (que ahora lo escribo pensando en mi nieto) y poesía, aunque para mí es el género más difícil porque en él, tal y como yo lo siento, no hay ficción ni personajes, y sí la exposición de mi “yo” más íntimo.

La primera vez que concursé gané el primer premio del concurso del Día de San Jorge del Heraldo de Aragón de Zaragoza. Esto me animó, y luego fui finalista los tres años consecutivos en los que me presenté al concurso de Mujeres Viajeras. También fui finalista en un concurso de Federaciones Gallegas de la República de Argentina y en otro de la Cruz Roja. La realidad es que llevo muchos años sin concursar, pero recomiendo hacerlo y creo que debería aplicarme el consejo como forma de estímulo, y si es que hay suerte, sería una forma de tirar de esa obra, que en mí caso, llega a tan poca gente.  Ahora estoy ilusionada porque este verano van a cantar un tanguillo que escribí a Tarifa hace mucho tiempo, y que gracias a una amiga le ha llegado y gustado al director del coro tarifeño.    

Me resulta difícil venderme como escritora. Me produce pudor, y siempre espero esa voz amable que me haya leído previamente, me haya entendido y lo haya disfrutado lo suficiente como para hablar de forma positiva de la voz literaria resultante de la obra. ¿Qué podría decir de mí a ese respecto…? Que escribo de cosas cotidianas, que mis personajes son gente normal sujetas a los vaivenes de la vida. Mis personajes son creíbles, y que mis historias, da igual donde ocurran, tienden a ser universales. Que mi lenguaje es sencillo y cotidiano y que me resulta inevitable una cierta prosa poética, que al leerme reconozco y disfruto. Que me gustan las descripciones para situar al lector en un entorno creíble, aunque a veces algunos de mis personajes estén en la línea del realismo mágico. Y, por último, que cada nueva obra es muy diferente a la anterior, que no tienen nada que ver unas con otras, que no hay continuidad ni sagas, aunque en todas esté un estilo personal, quizá con una voz reconocible de autora, pero eso ya corresponde al lector juzgarlo y llegar a esas conclusiones.       

 J.M.: ¿Cuál es la razón de que quisieras hablar del mundo rural y qué es lo que te llevó a centrar tus historias en un pueblo aragonés?

M.C.: Ya he dicho que soy madrileña igual que mis padres y abuelos, salvo mi abuelo materno que era de Baeza, pero vivió en Madrid desde jovencito. Desde pequeña he oído en casa lamentarse a mi abuela paterna “la pena de no tener pueblo al que volver de vez en cuando”. Teníamos e íbamos a un pueblo en verano, pero no era el pueblo de las raíces familiares que le hubiera gustado tener a mi abuela para regresar a él o recordar lo allí vivido. Mi abuela paterna fue mi primera e influyente cuentista, pero mi abuela materna no se quedó atrás con todas sus historias de infancia.  

Me casé con un hijo de aragonés, gracias a lo cual descubrí hace muchos años un pequeño pueblo de Zaragoza que me deslumbró. Un pueblo escondido entre montes, cercado por un rio y sometido al abrazo del cierzo. Un pueblo anclado en el tiempo, donde sus pobladores hablaban cantando, en un aragonés antiguo y con una riqueza de vocabulario para mí desconocida. Fue un flechazo, y así se lo dije a mi querida abuela, al menos yo, ya tenía pueblo: Moros.  

Siempre he sido observadora, que no cotilla, porque soy discreta, pero me encanta escuchar y que me cuenten historias, y en Moros enseguida me nutrí de  muchas historias que al día de hoy atesoro y guardo porque no soy quién para contar lo ajeno, pero sí para inventar lo que me apetezca y llevarlo al papel imitando una forma de expresarse o hablar o incluso de mirar al mundo, y de ahí mis relatos aragoneses, todos ficticias, aunque debo decir, que ha habido quien después de leerlos me haya dicho “ …ay maña, que a fe mía que sé que tú no lo sabías, pero cuentas cosas que… ya te digo yo que han pasado, que son verdad, y que si yo te contara…”

J.M.: Comienzas tu libro de relatos con uno que titulas ‘Arsenia’, que es uno de los personajes que es víctima del cierzo, que llega directo y poderoso del Moncayo. ¿Por qué decidiste comenzar con ese relato?

M.C.: Arsenia es mi musa, mi único personaje totalmente identificado y reconocible hasta en su atuendo (que no en la historia que le atribuyo), y lo he hecho a conciencia, porque tuve la suerte de conocerla, de hablar en ocasiones con ella y percibir su sabiduría de mujer llamada a muchas más cosas de las que la vida le permitió. Hoy en día, la sigo teniendo tan presente que cada vez que voy al pueblo, porque tengo la suerte de tener una casa antigua en el casco viejo, y paso por lo que fue su casa, o bajo a la ermita de la Virgen de la Vega, la siento conmigo y contenta de ser mi musa e hilo conductor de Soplar al cierzo. Es el único personaje real del que me encanta hablar. Falleció hace mucho y no pudo leer el libro, pero sí su hija y una sobrina, y a ambas les ha gustado mucho.  Arsenia era única, al menos para mí, aunque en el pueblo la tildasen de chiflada y de cotilla. Para nada, era muy inteligente y sabía muy bien lo que decía y con quien hablaba. Era muy religiosa y eso le ayudó a sobrellevar su vida de frustraciones. Querida Arsenia: que en Gloria estés. 

J.M.: El segundo de los relatos nos habla de un buitre que ataca a Quintín y Ramiro, pero que lo que más me gusta es el final del mismo, ya que sorprende lo que ocurre. ¿Cuál es la razón que te llevó a escribir sobre dicho buitre?

M.C.: Cuando decidí, hace ya más de veinte años, que quería escribir en serio, me fui a un Taller de escritura con la idea de aprender y ayudarme a vencer la timidez de leer en público mis elucubraciones literarias. Esas lecturas publicas eran divertidas y a veces mordaces por la crítica de la maestra y de algunos aventajados en la materia, pero… había que seguir sometiéndose al juicio ajeno, aunque reconozco que siempre me defendí de la crítica que me parecía injustificada, aunque fuese la de la “maestra”. En aquel taller, a partir de un ejercicio de escritura en la clase, me salió la descripción del entorno aragonés de Moros. Una de mis compañeras, también novata como yo, era aragonesa y le gustó mi descripción, y al cabo de un tiempo se presentó con un anuncio del Heraldo de Aragón del que era y es lectora diaria, más o menos imponiéndome que concursara al premio del Día de San Jorge. Se puso un poco pesada, cosa que siempre le agradeceré, porque gracias a su insistencia envié el relato de El buitre a concursar (era un concurso abierto a los lectores del periódico quienes son los que elegían a los tres ganadores) y tuve la gran suerte de ser el primer premio de aquel 23 de abril de 2009, y como tal se publicó en el periódico de ese día junto con una entrevista que me hicieron en Madrid; fue una pena que nunca me enviasen el premio de una caja de libros por haber ganado, pero más que el Heraldo, fue culpa de la editorial encargada del envió, de la que no diré su nombre, y es muy famosa, pero… ya le vale no haber cumplido con lo establecido para el relato ganador. 

El relato se me ocurre estando sentada a resguardo de un terraplén y sobrepasada por el volar de un buitre en dirección a las cárcavas que están al otro lado del rio Manubles, en mi pueblo: Moros. Desde mi punto de vista, en todo relato tiene que haber conclusión y cierre de la situación planteada, además de pocos personajes y de impacto en el final. Un relato es como una foto, que en poco nos diga mucho. Y eso intenté con los viejos sermoneando acerca de todo y acechados por ese pobre buitre.  

J.M.: Llega al pueblo un nuevo cura, don Omar, mulato con dulce acento caribeño, que impacta sobre todo a Remedios. ¿Cómo nace la idea de hablar sobre lo que produce en el pueblo la llegada de este hombre?

M.C.: Lo primero es decir que cuando yo escribo este relato por el pueblo no había aparecido ningún cura extranjero, eso ha pasado después y así es en la actualidad, menos mal que de momento ninguno se ha llamado Omar. E insisto en que todas mis historias, que todos los relatos de Soplar al cierzo son ficticios, pero… posibles, verosímiles y por tanto creíbles y posibles de suceder en muchos y diferentes sitios, cómo es creíble que cualquier mujer religiosa y beata y por tanto asidua a las misas diarias, termine enamorándose de ese sacerdote que tan bien las encandila con sus palabras, y si encima tiene porte de hombretón y guapo pues… que tire la primera piedra aquella que esté libre de enamorarse.  

J.M.: Otro de los personajes que llegan al pueblo es la nueva Maestra llamada Lucía, que se hospeda en la fonda de Rosario. ¿Cómo se te ocurrió el relato en el que pesan mucho los sueños que tiene la Maestra en su primera noche?

M.C.: En la actualidad la escuela del pueblo está cerrada por falta de niños, y esto sí que es grave, este es el germen de la despoblación: que los pueblos se queden sin niños y tengan que cerrar la escuela. Sin embargo, la escuela de Moros antes tuvo niños, muchas generaciones de niños, y maestras jóvenes que llegaban a estrenar destino llenas de sueños y vocación. Maestras a veces llegadas desde ciudades y deslumbradas (como yo) ante pueblos como ese. Quién, inmersa en un entorno desconocido donde es observada y tiene que ir buscando su sitio, no se refugia en sus propios sueños y deja volar su fantasía de mujer joven con todo por venir…  El personaje de una maestra descubriendo el mundo rural era muy atractivo para escribir sobre él.   

J.M.: Lucía había tenido una relación con Juan, con el que pensaba con el tiempo vivir, cuando ambos aprobaran las oposiciones y obtuvieran un mismo destino, pero al final las cosas no se dan así. En el pueblo, conoce a Adrián, un guapo rumano llegado al pueblo y que se hospeda en la misma fonda. ¿La historia de atracción entre ambos ha sido la que te permite hablar de la presencia de inmigrantes y todo lo que para ellos conlleva?

M.C.: En la España despoblada, no de ahora, sino ya desde hace años, como es el caso de Aragón, la mano de obra inmigrante es un bien imprescindible. La emigración de jóvenes a las ciudades, por un montón de razones que ahora no es cuestión de analizar, hace que el campo se quede sin agricultores de recambio, y bien venidos son los inmigrantes para hacer todas esas labores imprescindibles para el rendimiento de la fértil tierra, única fuente de riqueza de quienes aún habitan en el medio rural. En mi libro, la relación de inmigrantes y población autóctona es muy buena, es tal y como yo la he percibido y percibo allí. Hay una relación laboral y social de integración real. Esa zona de Aragón ofrece una calidad de tierra excepcional y sus productos son de primera e inmejorable calidad, y sin los inmigrantes la tierra se queda en barbecho. Y si hay gente, sea de la raza que sea, y es bienvenida, hay acercamiento, encuentro y afectos. Y si hay gente joven de cualquier sitio o color hay posibilidad de amor. Y bienvenido sea.   

J.M.: También hallamos en el libro un secreto, un tesoro, que hace que algunos lugareños busquen. ¿Fue difícil mantener dicho secreto hasta el final del libro?

M.C.: Bueno, esto es un clásico, en que pueblo no hay tesoros escondidos por los moros que lo habitaron en otro tiempo o por cualquier paisano celoso de su fortuna. A mí me fascinó la lectura, muy temprana, de Los cuentos de la Alhambra, de Washington Irvin. Y encima en Moros, tierra real de moros, se habla de tesoros escondidos bajo las ruinas de su castillo. 

Me planteé el libro como relatos independientes, pero ellos mismos se iban engarzando con sus personajes e iban buscando sus propios cierres de historias entrelazadas. No fue difícil porque no hubo de principio ningún propósito de final, sino en todo momento el dejarme llevar y disfrutar del proceso. Fue saliendo así, hasta el punto, que después del incendio terrible que hubo en Moros el 18 de julio de 2022, me planteé hacer un relato que cerrara el libro con la idea de la resurrección del pueblo tras la tremenda devastación, y metí en total tres relatos más, para llegar a un final un poco surrealista con Arsenia metida en harina para salvar a su pueblo, y luego decidí que era el momento de poner FIN. Esa última edición final está publicada en Amazon, y se puede ver a través de mi blog: www.soplaralcierzo.com.    

J.M.: ‘El cierzo’ es un personaje más, que tiene mucha importancia a lo largo de todos los relatos. ¿Por qué decidiste hablar del cierzo y darle mucho peso en tu obra?

M.C.: El cierzo es un personaje en toda regla, el cierzo marca la vida de los que lo viven cuando sopla, e impacta a los forasteros como me impactó a mí. El viento habla, trae historias y se adentra por todos los rincones, como la soledad. El cierzo te somete y te encierra, y en mi caso me cuenta cosas. Me encanta. Me resulta muy inspirador sentirle y escucharle. Me ayuda a limpiar mi cabeza de malos royos. Sé que es muy raro, sé que soy rara, pero no me da dolor de cabeza y hasta lo disfruto. Es casi como mi querida Arsenia “un viento musa”.    

J.M.: ¿Tienes algún proyecto en mente, o que estés ya comenzando, del cual nos puedas adelantar algo?

M.C.: Acabo de dar por finalizada una novela que me ha costado mucho escribirla, es la obra que más me ha costado concluir, y que he releído ochocientas veces por lo menos y siempre me parece que no acaba de estar. Es una obra dura, triste, y me ha hecho llorar muchas veces. Aun así, la he querido escribir, y quizá la envié a algún concurso, aunque no sé yo si algo tan triste… pero bueno, debería probar a sacarla del cajón.  

Además de la novela, no dejo de escribir relatos y poemas, para ir conformando nuevo libro de relatos y poemario. Escribir para mí ya es un hábito que disfruto y practico con ganas. Todos los meses me publican en la revista digital Encima de la niebla, y me encanta esa obligación mensual para con sus directores y lectores. Estoy muy agradecida a Encima de la niebla, como ahora lo estoy a la Asociación Intercultural Hipatia y a doña Juana María, un ángel empeñado en dar voz a las mujeres escritoras. Gracias de corazón por esta entrevista.  

J.M.: Me gustaría que brevemente nos hablaras de otras obras tuyas, para que nuestros lectores puedan conocer un poco tu trayectoria.

M.C.: Mis obras son muy diferentes unas de otras. Soplar al cierzo, mi primera obra publicada. Tuve muchos reparos de presentarla en Moros, de me leyeran por aquello de qué les parecería, pero al final me decidí y tuvo muy buena acogida por algunos y mucho silencio por otros, yo me quedó con dos lectoras excepcionales que pasaban los noventa, y queme confesaron que se sabían párrafos de memoria y que entre Radio María y mis relatos pasaban el día. Otra cosa divertida es que hubo cierta crítica porque digo que era un pueblo sin flores, salvo algún garrafón cortado y con geranios (cosa que cuando yo llegué al pueblo era verdad) y a partir de Soplar al cierzo he observado que cada vez hay más tiestos de flores hasta por sus callejas vacía, cosa que me deja muy bien que quieran dejarme por mentirosa, porque el pueblo cada vez está más florido. 

Soplar al cierzo nada tiene que ver con la siguiente obra, la novela Estelas sueños y buhardillas, novela coral donde me centro en hechos reales, ficcionados, para contar la vida cotidiana de los emigrantes españoles en Francia, perdedores de la Guerra Civil, y donde también a bordo el tema del plagio literario, la utopía de un mundo mejor para ayudarnos a sobrevivir en las circunstancias adversas, y el afán de encontrar justicia ante lo injusto. A pesar de la ficción hay mucho en ella que es real, igual que son reales algunos de sus personajes, a quienes dedico la obra, aunque haga mucho que ya no están en este mundo para que puedan leerla y me aprueben, o no, como escritora. Es una obra para mí muy emocionante por mi implicación personal con ellos. 

Las otras vidas de Juan, otra novela, que empezó como un intento de novela negra, y se fue escorando hasta ser una novela psicológica sobre la concepción del amor para un don Juan de nuestros días. Una vida, la de Juan, contada por todas esas mujeres que sucumbieron a su encanto, sufrieron, pero se tomaron su revancha. Es una novela ambientada en Madrid y en distintos estratos sociales, una novela circular que acaba donde empieza. 

La efímera belleza de las magnolias es una pequeña novela de amores imposibles, de otro tiempo, de otra época y de otros valores, y con un toque de final un tanto sorprendente, y no creíble para muchos, pero… Ahí lo dejo. 

Obras de teatro, tengo tres en el cajón y dos editadas en Amazon: 

Recordar y ADN.

ADN tuve la suerte que fuera representada en varias ocasiones en el teatro Lope de Vega de Chinchón por la compañía local La Cultural de Chinchón. Es una obra actual, que habla de todo lo que puede aclarar y desestabilizar la comprobación del ADN. Obra que saca a escena la tragedia de los bebes robados que hubo en Madrid hasta bastante entrado el siglo veinte; que habla de los abusos sexuales, y de las dificultades de muchas parejas al tener que enfrentarse a la familia y contarles que su amor es otra mujer, u otro hombre. Tengo un recuerdo precioso después de aquellas representaciones, y de cuando al salir el público de la sala muchos se me acercaron a darme las gracias por contar su historia o historias. Noches de gloria para recordar, y por qué no: un estímulo para seguir escribiendo. 

Recordar es una obra de teatro ambientada en un Madrid de turistas que echa a los vecinos de casa y aísla a los mayores hasta arrinconarlos en las residencias. Es la historia de tres mujeres, dos de ellas en el final de sus vidas.

Además del libro de relatos de Soplar al cierzo tengo dos libros de relatos más: La carga de El Bombay y Desafinado.    

La carga de El Bombay es un conjunto de relatos estructurado en tres partes: relatos rurales (aquí hay algunos de Soplar al cierzo), relatos urbanos y relatos marinos. El último relato marino titulado: La cara de El Bombay es una composición sobre el vacío que encuentra un escritor cuando acaba un libro y la desubicación del personaje clave: el narrador. Es un relato largo y muy especial, donde vuelvo a echar mano de mi querida musa Arsenia. 

Desafinado, como su nombre indica, es un conjunto de relatos muy diferentes entre sí en cuanto a temática o extensión. Algunos tristes y otros muy divertidos, y otros con pretensiones históricas de juntar a personajes que es muy posible que se conocieran, pero que, a saber; personajes a los que admiro y es mi manera de festejarlos poniendo sus nombres reales. 

Ambos libros de relatos también están editados con Amazon. 

Mi poemario RACHEADO está estructurado en cuatro partes cada una con el nombre de un viento, porque ya he dicho que me encanta el viento. En el último apartado todos los poemas son en prosa. Como ya he dicho, la poesía es para mí es el género más difícil al ser el resultado o impulso de mí yo más profundo. A veces siento que es una poesía encriptada, pero claro, yo la he escrito, sé de dónde sale y me resulta muy fácil ver lo que quiero decir, el tema está en si los otros la captan. 

Para eso hay que leerme. 

A cocó es mi único cuento infantil publicado y está dedicado a mi nieto, canario de la isla de La Palma, donde a los niños se les manda a cocó para que se vayan a dormir.  Son nanas, pequeños cuentos, canciones que yo le cantaba cuando era bebé, para que se durmiera. Una de las nanas es para cantarla con los acordes populares, preciosos, que recoge el himno canario, y que apetición de la editora yo canturreé en un QR que aparece al final del libro. Las ilustraciones son de mi sobrina Elena Sainz, y son preciosas, al igual que las que hizo para Racheado.    

J.M.: ¿Qué añadirías a esta entrevista que consideres importante y que no hallamos abordado a lo largo de la misma?

M.C.: Con toda sinceridad digo que me parece una entrevista completa, porque me da pie a reflexionar y hablar de mi obra, e incluso me temo que me he explayado más de la cuenta, pero cuando me dan opción de una hoja en blanco tiro millas sin pensar en el recorrido por delante. 

Quizá, por decir algo, a lo mejor podría haber sido preguntada por mi situación literaria en el mundo actual, pero acabaría pronto: ninguna, querida Juana, ninguna. Escribo porque me encanta, porque es una forma de estar en el mundo y de vivir más vidas diferentes a la mía. Porque me lo paso muy bien y el tiempo deja de existir ante la hoja en blanco. 

Soy una de tantas y tantas escritoras anónimas (a lo mejor por descubrir) que no es leída más allá de su círculo familiar y de amigos, aunque no culpe a nadie por ello. Un escritor también debe divulgar su obra, porque qué es la Literatura sin el lector… Bueno, en mi caso, el placer de seguir escribiendo y que de vez en cuando haya algún lector anónimo, como aquel chico de Daganzo, a quien su madre, asidua al club de lectura de la biblioteca municipal, le regalase Soplar al cierzo, y él me hizo llegar un comentario de texto que guardo como una joya. O esa otra lectora que se disfrazó de Colette, uno de los personajes de Estelas sueños y buhardillas, y me envió una foto con la novela en la mano. 

Si me atengo al cálculo matemático de probabilidades, si hay lectores a quienes ha gustado mi obra, hay muchísimos más a quienes puede gustar, el tema es que para eso tienen que conocerme y leerme. ¡Ay, si no fuera una tan tímida…! Como me dice mi hijo (que por suerte me lee y me aprueba) así no voy a ninguna parte, y por eso me hasta se ha empeñado y me ha creado un blog para que se pueda ver y divulgar mi obra: www.soplaralcierzo.com

Anda que no hay blogs y escritores… En fin… Si mi niño cree en mí y ve oportuno el blog, yo también.  

Muchas gracias por esta estupenda entrevista que me ha hecho reflexionar sobre tantas cosas que me importan y quiero. Ha sido un placer mirarme en este espejo. Gracias de corazón Juana María. 

Un abrazo, a todos, desde Madrid.  

                                                                 Juana María Fernández Llobera

Las actividades del Centro Intercultural Hipatia son apoyadas por la Fundación Guillem Cifre de Colonya Caixa Pollença

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