
LA HUÉRFANA
-1-
Siempre pensé que cuando tuviera mi propio cuarto me sentiría mucho más cómoda y, sin embargo, la primera noche que estuve en mi nueva habitación, me sentí extraña, embargándome una sensación de soledad que se adentraba con fuerza en mí. A mis trece años, cuando miraba atrás, no recordaba ningún instante en que hubiera tenido una habitación para mí, ya que todos mis recuerdos son del orfanato, donde siempre he compartido habitación. Como no podía dormir, me puse los auriculares y comencé a escuchar música, mientras me agarraba a un oso grande que encontré en la habitación. Lo curioso del caso es que, cuando lo vi, mi primer pensamiento fue que era para crías más pequeñas y, ya ves, ahora estoy agarrada a él como si fuera mi única tabla de salvación.
A la mañana siguiente de mi primera noche en la nueva casa, Ana y Tomás, mis padres adoptivos, me habían preparado un desayuno increíble, con tortitas, zumo de naranja natural, además de poder elegir entre frutas diversas, mermeladas variadas y mantequilla de la buena, aparte del sirope. Nunca había desayunado así, la verdad, y no sabía muy bien qué elegir. Me decanté por tomar las tortitas con sirope acompañadas con el zumo de naranja. ¡Deliciosas! No había probado algo tan rico en mi vida. Por unos instantes, me sentí feliz.
Añoraba a mis compañeros del orfanato. Al fin y al cabo, me había criado con ellos. Maribel era como una hermana para mí. Me hubiera encantado que nos hubieran adoptado juntas para poder seguir teniendo esa complicidad que tenemos y que no se acabara nunca. Echo de menos reírme con Santiago. Es tan gracioso que es imposible no reírse. Añoro ir a correr con Luisa por el paseo marítimo, mientras la brisa marina refresca nuestros rostros. También estaban las famosas partidas de cartas de los martes, donde nos reuníamos los ocho mejores amigos para pasar una tarde agradable. Qué bien nos lo pasábamos sembrando verduras en el huerto y luego viendo cómo iban creciendo hasta poder cogerlas y consumirlas. Nos sentíamos tan orgullosos de haber logrado comer de nuestras propias cosechas. Unos vecinos nos regalaron a Ignacio y a mí dos bicicletas que estaban viejas, pero que aún servían. Las arreglamos como pudimos e íbamos por muchos sitios con ellas. A Laura le regalaron unos patines y nunca vi a nadie tan feliz. Luego me veía mucho con los gemelos, Carlos y Marcos, que eran muy listos y me enseñaban muchas cosas. Fueron los que lograron que aprendiera algo de inglés porque me iba a ir bien para encontrar trabajo. Todos ellos son mis mejores amigos, aunque también me relacionaba con el resto de los habitantes del orfanato.
Al orfanato llegó una chica que se llamaba como yo, Julia. Para diferenciarnos, a ella la llamaban July, pronunciándolo “yuli”. A ella no pareció importarle, incluso yo diría que le gustaba más. Ya desde un primer instante, no sé la razón, no se acercaba a mí. Tiene tres años más que yo y es muy guapa. La verdad es que no fue muy popular el tiempo que permaneció en el orfanato. La adoptaron al poco de llegar, tuvo suerte. Todos pensamos que se debía a su belleza física, ya que era una chica alta, con hermosos ojos azules y melena de un negro azabache que los resaltaba por contraste.
Mi madre adoptiva me llama para cenar. Me resulta extraño que ella haya preparado la cena y yo no la haya ayudado. Eso tendré que cambiarlo porque ella no es criada de nadie y menos mía. Es una mujer muy amable. Creo que esta vez he tenido suerte.
-2-
Ana me acompañó a mi primer día de clase en el nuevo colegio. Normalmente esas cosas no me ponen nerviosa, pero esta vez sí que lo estaba. Antes de bajarme del coche, me paró un instante para darme un abrazo y un beso en la mejilla. No estoy acostumbrada a estas manifestaciones de cariño, pero la verdad es que me gustó. Supongo que no pertenezco a esa clase de niñas que aborrecen ya a esta edad que sus madres hagan eso, porque dicen que les avergüenza. Será porque nunca han tenido carencia como yo.
Me sentí extraña cuando la profesora me presentó delante de la clase. Hacía tanto tiempo que iba al mismo colegio con compañeros del orfanato, que nunca había pensado que estaría en otro colegio y menos en uno privado. La verdad es que mientras hablaba de mi, no miré a los de la clase. Mantuve la mirada en la punta de mis zapatos nuevos. Fue cuando me dirigía al sitio que me dijo que me sentara, cuando vi a July al final de la clase. No me imaginé nunca que coincidiríamos, entre otras cosas, porque es mayor que yo. Ella fingió no reconocerme cuando le hice un gesto con la cabeza, así que me senté al lado de una niña pelirroja e hice como que atendía, a pesar de no estar enterándome de nada.
Después de una semana asistiendo a clase, a la salida, me acerqué a July ya que en esta ocasión solo iba con una chica rubia que iba a nuestra clase.
—¡Hola July! ¿No te acuerdas de mí? —pregunté a la vez que ataba mi chaqueta a mi cintura con las mangas.
—Te confundes. Yo no me llamo July, mi nombre es Celia, y no te he visto en mi vida—expresó mientras enredaba con el dedo índice una porción de su larga cabellera.
—¡Venga ya, July! Si no quieres que se sepa tu pasado es una cosa, pero que me digas que no eres tú, es alucinante.
—Ya te he dicho que no te conozco de antes de que entrarás en esta escuela. Y no sé quién es la tal July.
—De acuerdo. Si lo quieres así, pues no hay más que hablar.
A partir de ese momento, la comencé a saludar con un leve gesto de cabeza, pero no me acercaba a ella. Con el tiempo, pasados tres meses, comencé a trabar amistad con una chica de mi clase llamada Silvia. Me ayudó bastante con algunas asignaturas, aparte de salir los fines de semana a tomar algo con su hermana Lorena. Me alegré de tener esa amistad, porque se la veía buena chica y así no me sentía tan sola. Por las mañanas, íbamos al colegio juntas desde su casa, que estaba más cerca del centro que la mía.
Una mañana de martes, Celia no apareció en clase. Pensé que estaría enferma, pero después de una semana de no acudir, nos enteramos de que había desaparecido. Todos temían lo peor, ya que no se había llevado nada de ropa, ni ninguna maleta ni nada de valor. No era una fuga de una adolescente, según declaraban los más allegados a ella.
Aunque sabía que la policía estaba detrás de la desaparición, buscando toda clase de pruebas que los condujeran a poder saber dónde estaba, decidí iniciar su búsqueda, ya que había conocido en el orfanato la historia de July y, estaba completamente segura de que Celia en realidad es la muchacha que conocí con mi mismo nombre. Como conocía su historia porque se hablaba mucho de ella cuando llegó al orfelinato, decidí comenzar por los lugares que frecuentaba antes de llegar allí.
Durante la semana siguiente de enterarme de la desaparición, tuve que hacer malabarismos para que mis padres adoptivos no sospecharan lo que tenía entre manos. Cierto que les tuve que mentir, pero era la única forma de poder conseguir un tiempo para poder averiguar qué le había pasado a Celia. Por lo pronto, la primera vez, les dije que tenía que hacer un trabajo con una compañera de clase y que habíamos quedado en ir a su casa a hacerlo, a lo cual ellos me dijeron que la próxima vez podíamos hacerlo en la casa donde ahora vivía. Yo asentí y luego me fui. Fui al barrio donde antes vivía July. Ese al que ella llamaba “Rocalla”, que nunca supe si verdaderamente sabía lo que es una rocalla y por eso se lo puso, o si le sonó bien y así lo llamaba. Allí, cosas del destino, me encontré con Juanjo, un chico que también había estado en el orfanato. Él me vio de lejos y, dejando de lado a sus colegas, se acercó a saludarme con un abrazo.
—¡Cuánto tiempo, Julia! Me alegra verte. ¿Qué haces tú por aquí? Me dijeron que te habían adoptado.
—Yo también me alegro mucho de verte, Juanjo. Sí, al fin me adoptaron y son unas personas buenas, la verdad. Tarde pero muy bien. Estoy aquí porque busco a July. Bueno, ella ahora se hace llamar Celia, pero estoy segura de que es ella. Ya me entiendes. Ha desaparecido y nadie sabe qué es lo que ha ocurrido. No se sabe nada de ella. ¿Has oído algo?
—De eso no he oído nada, pero hace unos meses la vi. Iba con otra chica por la calle discutiendo. Creo que no me vio.
—¿Oíste algo de la discusión?
—Creo que era una prima suya, hija de una hermana de su madre. Recuerdo que me habló un día de ella. Se llama Sara y por eso pensé que lo era, porque oí el nombre y ese es el que ella había usado cuando me habló.
—¿Escuchaste de qué se trataba la conversación? —insistí porque pensé que era importante esa conversación para poder tener alguna pista de dónde estaba Celia.
—Hablaban de dinero. De que alguien, que no sé quién es, porque no entendí el nombre, estaba muy enfermo y necesitaban dinero para medicinas, aparte de comida. Se la veía bastante nerviosa a Sara.
—¿Crees que puede ser la causa de la desaparición? —le pregunté tras encender un cigarrillo que había estado liando.
—No sé qué decir, la verdad. También podría ser que haya vuelto con su último novio, que se llama Ricardo y trabaja en un taller como ayudante del mecánico de coches.
—¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
—El taller está a dos calles de aquí. Ves la cruz de la farmacia, pues está en la calle siguiente. También se pasa bastante tiempo en el bar de la esquina donde se encuentra su taller.
—Pues voy a ver si hay suerte y sabe algo. Llámame algún día y nos tomamos algo.
—¡Claro! Te llamo. ¿Al mismo número de siempre?
—Sí, al mismo.
Me dirigí al taller con la esperanza de saber algo de Celia. Una vez allí pregunté por Ricardo. Un hombre de mediana edad me dijo que se había ido a comer un bocadillo al bar, así que me dirigí hasta allí. Pregunté en la barra si me podían decir quién era y me señalaron a un muchacho que estaba al fondo del bar comiendo un bocadillo de jamón con una cerveza. Me pareció, de entrada, bastante mayor que Celia. Me daba un poco de vergüenza acercarme y preguntarle por July, pero me armé de valor y fui.
—¡Hola! Estoy buscando a July y me preguntaba si tú sabías dónde puede estar.
—¿Quién eres para querer tener esa información?
—Me llamo Julia. Nos conocimos en el orfanato. Como nos llamamos igual, a ella comenzaron a llamarla July para diferenciarnos. Fue adoptada hace unos meses y ahora va a mí mismo colegio. Se hace llamar Celia, pero yo pienso que es July aunque lo niegue.
—¿Por qué piensas que yo sé dónde está? —preguntó mientras se quitaba el flequillo de la cara con la mano izquierda.
—Pues…porque eras su novio—contesté visiblemente nerviosa.
—Verás, la verdad es que no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar July. La última vez que la vi, fue hace dos meses, cuando me la topé en un bar. Iba con un hombre bastante mayor, que no tengo ni idea de quién era. En cuanto a que ahora se hace llamar Celia, tampoco sé nada. De todas formas, July tiene una hermana que se le parece mucho, pero no recuerdo el nombre. Quizás te confundas con esa hermana. Yo solo la vi una vez.
—Puede ser, pero a mí me parece que es ella. Gracias por tu tiempo, seguiré buscando.
Cogí una servilleta y le apunté mi número de móvil. Le dije que, si sabía algo de ella, que por favor me llamara o me mandara un mensaje. No pronunció palabra alguna, pero asintió con la cabeza.
Salí del bar desilusionada, sin saber por dónde seguir buscando, hasta que me acordé de que, cerca de allí vivía Concha, una chica que conocí fuera del orfelinato. Decidí acercarme a su casa. Quizás conoce a July o puede darme alguna pista sobre ella, pensé. Una vez allí, llamé al timbre y me abrió un chico rubio al que le pregunté por ella.
—¡Hola! Me llamo Julia. ¿Está Concha en casa?
—Sí, pasa. Ahora la llamo.
El chico desapareció por un pasillo largo y estrecho que conducía, supongo, a las habitaciones de la casa. Al poco tiempo, Concha me recibió con un abrazo y nos dirigimos a su dormitorio. Me explicó, una vez allí, que vivía de alquiler en esa habitación con derecho a cocina y baño.
—¿Conoces a una chica llamada Julia que salía con un chico que trabaja en un taller de mecánica de coches, que se llama Ricardo?
—Sí, la conozco, del barrio. Sus padres murieron y sé que fue a un orfanato. No me digas que fue al mismo que estabas tú.
—Así es. Como nos llamábamos igual, todos comenzaron a llamarla July, para diferenciarnos. La adoptaron muy pronto. Ahora, recientemente, me adoptaron a mí y hemos coincidido en el mismo colegio, pero ella dice que no se llama July, que se llama Celia y que no me conoce de nada. Ricardo me ha dicho que tiene una hermana que se le parece mucho. ¿Sabes algo de sus hermanos?
—¿No conoces la historia? Bueno…supongo que le debía doler explicar lo sucedido y por eso no os lo contó. Pues verás, July tenía una hermana gemela, que precisamente se llamaba Celia.
—¿Por qué hablas de ella en pasado?
—Porque murió. July nunca superó la pérdida de su hermana. Estaba muy unida a ella. Luego, perdió a sus padres en un accidente de coche y la única hermana que le quedaba, Victoria, no se pudo hacer cargo de ella porque acababa de cumplir dieciocho años y sólo tenía un trabajo de media jornada. Así que decidieron que lo mejor es que fuera a aún orfanato.
—¿Cómo falleció Celia?
—Se suicidó. Fue un golpe muy duro para la familia. Todos dicen que fue por culpa de un hombre que conoció.
—¡Vaya! ¡Qué fuerte! Pobre July. Ahora entiendo que fuera tan cerrada. Por cierto, ¿tiene una prima que se llama Sara?
—Realmente no es su prima, es una amiga de la infancia, que vive en una casa casi en ruinas con su madre que está impedida.
—¿Crees que puede estar con ellas?
—No lo creo. Pero por probar. Te apunto la dirección. Está a siete calles desde aquí, en dirección a la estación de tren. ¿Conoces la estación?
—Sí, la conozco. Gracias por todo lo que me has contado. Ahora entiendo muchas cosas.
Me dirigí a casa de Sara, que me explicó que esa misma mañana July había estado con ellas llevándoles comida y medicinas. También me expresó su preocupación porque la encontraba extraña. Salí de allí con una extraña sensación, pero no podía seguir buscándola, porque era tarde y tenía que volver a casa. Me había contado lo acontecido con la hermana gemela con todo detalle y cómo fallecieron sus padres en un accidente de coche, pocos meses después.
-3-
A la mañana siguiente de mi visita a casa de Sara, era sábado, así que les dije a mis padres adoptivos que había quedado con unas amigas en casa de una de ellas. Me dijeron que pensaban que el sábado lo pasaría con ellos, pero luego accedieron, así que me marché muy deprisa. Sentía algo en mi interior muy fuerte, como una premonición.
Cuando llegué al lugar que había pensado que podía estar July, en efecto, allí estaba. Estaba de rodillas bajo un árbol. En el suelo, apoyado en el árbol, un hermoso ramo de flores de múltiples colores. Me acerqué sigilosamente hasta llegar a su altura y ella me miró con lágrimas en los ojos. Cuando se levantó las gotas cayeron por su rostro y se abrazó a mí.
—¡No pude hacerlo! —me dijo al oído—¡No pude matarle!
Comprendí entonces que el hombre con el que la habían visto era el que, según July y todos, era el culpable de la muerte de Celia. Cuando se hubo calmado, nos sentamos en un banco de un parque cercano y me contó la historia de su hermana gemela. Entonces me dijo que un profesor que ellas tenían había conseguido seducir a su hermana y Celia se había enamorado de él. Como la esposa se había enterado de la historia, le había dado un ultimátum al profesor para que dejara a la hermana de July, pero, aunque fingió delante de su esposa que lo habían dejado, lo cierto es que continuaron viéndose. Cuando su hermana sé suicidó aún no tenía los quince años y se había quedado embarazada. Él la llevó a que le practicaran un aborto en un lugar clandestino para no dejar huella de ello. Eso traumatizó a Celia, aparte de que estuvo muy mal después porque era una niña cuando le pasó todo eso. Una mañana, salió sin decir nada a nadie y la encontraron colgada del árbol donde July había dejado las flores. Entonces July denunció al profesor en el colegio. Incluso enseñó pruebas de que él había tenido una relación con ella, pero nadie hizo nada al respecto y él siguió dando clases como si nada hubiera ocurrido. A partir de ese momento, en la mente de July se formó solo una idea, el matar al causante de la muerte de su hermana, razón por la cual intentó seducirlo para poder matarlo, pero al final, no pudo permanecer ni cinco minutos en el mismo espacio que él y salió corriendo, para vomitar poco después. Se sentía cobarde por no haberlo matado, pero luego pensó que no iba ella a pagar por algo que él había realizado, así que ahora ha decidido recoger todas las pruebas que tiene y conseguir que él pague de alguna forma todo lo que hizo. Quiere creer que habrá justicia para su hermana de alguna forma.
Juana María Fernández Llobera

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