"TRAS EL ESPEJO"
HIPATIA Asociación Intercultural 
icono de búsqueda de contenidos
HIPATIA Asociación Intercultural

"TRAS EL ESPEJO"

Los casos de la inspectora Ruiz

Los casos de la inspectora Ruiz | 1 sep 2025


LOS CASOS DE LA INSPECTORA RUÍZ

Tras el espejo

Sandra y Juanjo se mudaron a la casa nueva que acababan de comprar tras la boda. Era una casa de dos pisos que estaba muy cerca de una playa y, desde la parte de arriba de la casa, se podía ver el mar. Los dos habían ahorrado, todo lo que podían durante cinco años, para poderse comprar una casa en segunda línea de mar que fuera unifamiliar. Justo detrás de la casa, había una enorme roca, que parecía más bien una montaña, del tamaño aproximado de la casa. Sandra trabaja en un hospital como Neuróloga y Juanjo era un Arquitecto muy solicitado. Gracias a que Juanjo era Arquitecto, hicieron algunas reformas en la casa con albañiles que habían trabajado con él en algunas obras. Hicieron en el jardín una barbacoa con un espacio donde tomar una copa con cómodas butacas y un lugar para comer amplio, con una mesa de madera larga y bancos en los dos costados de la misma.

Cuando compraron la casa, que antes había pertenecido a una pareja de ancianos, vieron que se habían llevado todo menos una pequeña mesa auxiliar. En el dormitorio, en el enorme armario empotrado en la pared, había un espejo, que reflejaba gran parte de la habitación, pero a Sandra, desde un principio, siempre le pareció que no reflejaba la realidad y que, en ocasiones, emitía unos destellos de diferentes colores que nada tenían que ver con lo que existía en la habitación. Juanjo no lo percibía tanto y, aunque no le decía a Sandra que eran imaginaciones suyas, no le daba la menor importancia cuando ella lo mencionaba.

Para el trigésimo cumpleaños de Sandra, Juanjo le consiguió una perra de la raza Labradoodle de tres meses de edad, cosa que al abrazarla, hizo que los ojos se le inundaran de lágrimas de la emoción. Gina, que así se llamó la perra, se aclimató en seguida a su nuevo hogar y no paraba de jugar gran parte de las horas del día. Cuando Sandra llegaba del hospital, tras una ducha, jugaba con ella en el jardín y muchas veces iban a pasear por un espacio de playa en el que se podían llevar perros. Gina era muy feliz con esos paseos, jugando con otros perros en el agua.

Una mañana de sábado en que Sandra tenía libre, pero Juanjo no, porque tenía una reunión de trabajo que acabaría en una comida con algunos posibles inversores para su proyecto, Sandra comenzó a ordenar el dormitorio, tras tomarse un café nada más levantarse.  En unos de esos momentos en que tenía las manos con unos cuantos jerséis para ponerlos en un cajón de una cómoda, tropezó con una de las pelotas de Gina y al tambalearse se apoyó en el espejo del armario, que se abrió como una puerta y dejó a Sandra dentro de un pasadizo, cerrándose tras de sí la puerta del espejo. Sandra entonces intentó abrir de nuevo la puerta para poder volver a su dormitorio, pero fue imposible, así que decidió seguir por el túnel que estaba en penumbra. Oía a Gina ladrar desde el otro lado cada vez con más insistencia. A cada incierto paso que daba, el temor iba creciendo y apoderándose de ella. Hubiera querido gritar, pero sabía que no tenía que hacerlo. 

Cuando Juanjo llegó a las siete de la tarde a su casa, no encontró a Sandra, pero sí a Gina. Miró por la casa por si le había dejado una nota, pero no encontró nada. Volvió a repasar su móvil, pero no halló ningún mensaje ni ninguna llamada. Tras mirar por toda la casa, vio que el móvil de Sandra estaba encima de la mesita de noche. Se estaba poniendo muy nervioso, porque no sabía dónde estaba su esposa. Llamó al hospital donde trabaja Sandra por si acaso hubiera habido una emergencia, pero le dijeron que Sandra no había ido, que tenía el día libre, lo cual hizo que su temor aumentara. Decidió entonces salir con Gina para ver si estaba en la playa. 

Sandra, tras avanzar por el pasadizo estrecho y con poca iluminación, que iba bajando a medida que se avanzaba, introduciéndose cada vez más en el interior de la roca donde estaba excavado, llegó a una especie de habitación con paredes rocosas de color ámbar. En uno de los rincones de la habitación, había un cofre de color negro. Se acercó a él para saber qué contenía. Al abrirlo, cosa que no le resultó fácil, encontró montones de monedas de oro en su interior. Junto a las monedas, encontró una carta amarillenta escrita con tinta negra, que explicaba los pormenores de cómo habían encontrado el tesoro en un barco sumergido en el mar, frente a una cueva. En la carta también explicaba cómo por culpa de dicho tesoro, una mujer había muerto en manos de su marido, por querer quedarse él con todo para comenzar una vida con otra y que él después de matarla, al poco tiempo, se casó con la mujer que era su amante, a la cual nunca le explicó nada del tesoro, ni conocía el lugar en que se hallaba. Al leerla, a Sandra le entró más miedo todavía. Tenía que salir de allí, tenía que haber una salida para que el dueño del tesoro entrara y saliera de allí. Siguió por otro de los pasadizos en busca de una salida. Recorrió tres más hasta que, cuando ya estaba totalmente desesperanzada, vio que entraba luz desde un lugar situado en lo alto de una de las paredes. No sabía cómo llegar hasta allí, hasta que, pudo ver que había como pequeños agujeros para poder subir. Así que con mucho cuidado trepó por la pared, poniendo pies y manos en los distintos agujeros. Por suerte era una especie de puerta de madera no muy pesada, que pudo abrir y salir a la superficie. Vio entonces, que la puerta pasaba desapercibida debido a que estaba cubierta de ramas de arbustos, que seguramente iban cambiando a menudo, ya que estaban bastante verdes. Una vez estuvo fuera, corrió hasta su casa, encontrando a su marido con los ojos rojos de llorar ante la ausencia de ella sin saber qué había ocurrido. Entonces, tras explicarle lo sucedido, llamaron a la policía y una hora después, llegó a su casa la Inspectora Ruíz, acompañada de dos agentes más, para poder entrar en el lugar y ver lo que había encontrado Sandra.

Tres días después de haber sacado el cofre del lugar en el que estaba escondido, pudo saber la Inspectora Ruíz algo sobre el tesoro. Al principio, supo que se trataba de lo que la gente de la zona creía que era una leyenda, aunque algunos intentaron encontrarlo tanto de la zona, como gente que provenía de otros países. Estuvo indagando, hablando con personas ancianas que recordaban historias sobre el barco hundido. Una mujer llamada Carmen, fue la que le dio una pista al tener una conversación con ella.

Y bien, señora Carmen. ¿Qué recuerda respecto al barco?

La gente pensaba que era una leyenda, pero hubo un hombre que insistió mucho en encontrar en tesoro. Era un hombre que vivía en el pueblo.

¿Se acuerda de cómo se llamaba ese hombre y dónde vivía?

—Por supuesto que sí, porque salió con mi hermana pequeña, Olga. Nunca me gustó ese hombre. Por suerte, rompieron, y mi hermana se casó con Sergio, que es un amor. Se llama Carlos Fuentes. Se casó con Enriqueta Galmés, una muy buena mujer, que desapareció y nunca más se supo. 

—¿Se acuerda quien investigó el caso de la desaparición?

—Sí, me acuerdo, se llama Martín Sánchez. Ahora está jubilado y vive en un asilo. 

—¿Dónde vivía Carlos Fuentes?

—En una casa unifamiliar en las afueras. Esa que tiene una especie de montaña detrás y está pintada de color ocre. 

—¿La que acaban de comprar una pareja?

—Esa misma. 

—¿Era el anciano que vivía en ella antes que ellos?

—¡Oh, no! Esa pareja se la compró a una chica, cuyo nombre no recuerdo. Carlos Fuentes la vendió cuando comenzó a ponerse enfermo. Él compró otra, pero no me acuerdo dónde me dijeron que la había comprado. Sé que se fue él y su esposa en verano, hará unos quince años.

—Entonces, ¿se volvió a casar?

—Sí, cuando se dio por muerta a su anterior esposa, supuestamente por un accidente en el mar, tras hallar indicios de que era bastante posible. Se casó con Adela Torres.

—¿Qué sabe de la chica que le vendió la casa a los anteriores propietarios?

—Pues la verdad, no recuerdo gran cosa. Era una chica rubia con ojos azules muy claros, que trabajaba en la ciudad en una librería, pero no sé más.

La Inspectora Ruíz se despidió de Carmen y decidió ir a hablar con los anteriores propietarios de la casa. También necesitaba hablar con él encargado del caso de la desaparición de Enriqueta. 

El matrimonio compuesto por Azucena Gómez y Emilio Ledesma, antiguos propietarios de la casa recién comprada por Sandra y Juanjo, vivían ahora con su hija Noemí. Una vez encontrada la dirección exacta del domicilio de ella, y tras hablar con ella por teléfono, gracias a que Sandra había guardado los números de teléfono móvil de los tres, se dirigió a casa de Noemí. Una vez allí, tras haberse sentado en una butaca en la sala de dicha casa, comenzaron a conversar.

—¿Alguno de vosotros me puede decir algo de la chica que les vendió la casa?

—Se llama Estela. Es una chica muy maja. Trabaja en una Librería en la ciudad, que heredó de un tío suyo, hermano de su madre— contestó Azucena mientras se alisaba el cabello del lado izquierdo.

—¿Les comentó la razón de la venta?

—Sí, lo comentó—responde Emilio.

—Y bien, ¿cuál fue la razón? —pregunta la Inspectora mientras da vueltas a un boli que tiene cogido con los dedos de ambas manos.

—Se iba a casar y se habían comprado una casa en un lugar que les gustaba más—contesta Noemí.

—¿Quiere tomar algo Inspectora? —pregunta Azucena una vez se ha puesto de pie.

—Si puede ser un cafetito, se lo   agradecería. Me queda mucho por hacer. 

—¡Claro, Inspectora! Ahora mismo voy a hacerlo.

Azucena se dirige a la cocina y entonces, Emilio, hablando en voz más baja que antes, comienza a hablarle a la Inspectora.

—Verá, Inspectora Ruíz, yo creo que no se marchó de la casa porque se fuera a casar y que hubieran comprado una casa. Pienso que se fue porque pasaban cosas extrañas en esa casa. Yo mismo,estuve a punto de venderla en más de una ocasión.

—¿Cómo qué?

—Pues verá. En la habitación había un espejo que no reflejaba la realidad tal como existía y se oían por la noche ruidos que parecía que provenían de detrás de ese espejo. Mi esposa decía que eran imaginaciones mías, pero no creo que lo fueran. Ella no lo oía tan claro porque hace tiempo que está muy sorda.

 —¿No intentó ver lo que sucedía detrás del espejo?

—La verdad es que me daba miedo. Creo que como era la primera vez que había podido comprar una vivienda, tenía miedo de perderla y desilusionar a mi esposa.

Azucena llega con la bandeja con café y una jarra de leche, además de unos bizcochitos de chocolate, que la Inspectora saboreó como el mejor de los manjares, ya que llevaba muchas horas sin probar bocado y estaban muy buenos.

Una vez tomado el café y conseguida la dirección de la librería propiedad de Estela, condujo hasta ella. Una vez entró en la librería que era bastante grande, vio a la que supuso que era Estela, hablando con un chico moreno muy alto y bastante atractivo. Espero a que dejara de hablar para acercarse a ella.

—¿Eres Estela?

—Así es. 

—Soy la Inspectora Ruíz. Esto aquí en relación a algo que se ha encontrado en la casa que había sido de su propiedad. 

—Tiene que ser algo importante para que haya venido hasta aquí. Vayamos a mi despacho. 

Antes de que entráramos en su despacho, le dijo a una chica que trabajaba en la librería, que estaríamos conversando en ese lugar y que no la molestasen mientras estuviéramos allí.

—Y bien, Inspectora. ¿Qué han hallado?

—Un cofre en un lugar que está situado detrás del espejo del dormitorio principal.

—Si ya lo sabía yo… si ya lo sabía yo,  que en esa casa pasaban cosas extrañas.

—Así que vendió la casa por esa razón y no porque se fuera a casar y hubieran comprado otra casa.

—Así es. De hecho, al final rompí con mi novio y ahora vivo en un pequeño apartamento, pero me resulta muy cómodo. Además, está muy cerca de aquí, así que vengo a trabajar andando.

—¡Vaya! Lo que son las cosas. ¿Me puede decir quién le vendió la casa?

—Me la vendió Sara Fuentes—responde Estela mientras cierra un libro que está encima de la mesa.

—¿La hija de Carlos Fuentes?

—No, la nieta. Es hija del hijo de Carlos, que se llama Adrián. 

—El hijo, ¿es fruto de su segundo matrimonio?

—En efecto. En el primer matrimonio no tuvo descendencia.

—¿Vive Carlos Fuentes?

—Que yo sepa, sí. Es muy mayor. 

—¿Y su esposa? 

—Adela vive, pero se divorció de él no hace mucho. 

—¿Sabe la razón del divorcio?

—Ni idea. Pero se le escapó a la nieta un día.

—¿Sabes dónde puedo encontrar a Sara? —pregunta la Inspectora Ruíz mientras balancea el pie derecho ya que tiene la pierna cruzada encima de la otra. 

—Pues la verdad es que no tengo la dirección nueva de su casa, porque se mudó, pero tengo la dirección de Adela. Quizás ella pueda decirte dónde vive ahora.

Una vez le apuntó la dirección en una de las tarjetas de la librería, Emma Ruíz salió y se fue a comer algo, porque estaba desfallecida. Entró en un pequeño restaurante cerca de la librería, muy cerca del lugar donde había aparcado. Una vez que ya se había terminado el postre del menú, que resultó ser un tiramisú muy rico, decidió emprender el viaje al pueblo donde Adela vivía, que estaba a cuarenta kilómetros de la ciudad. 

Una vez llegó al pueblo, en la plaza del Ayuntamiento preguntó por la calle en la que vive Adela. Un anciano le señaló con el bastón la dirección mientras le explicaba cómo tenía que ir para llegar. Una vez delante de la casa, tocó con los nudillos a la puerta en vez de tocar a un timbre antiguo colocado en la pared contigua. Una voz muy ténue se escuchó al fondo de la vivienda.

—¡Ya voy!…¡Ya voy! Un poco de paciencia.

La anciana llega al portal y al ver a la Inspector dice con cara de enfado.

—No quiero comprar nada.

—No vengo a venderle ninguna cosa. Soy la Inspectora Ruíz.

—Yo no he hecho nada. ¿No vendrá a detenerme?

—No vengo a detenerla. Tan solo quiero hablar.

—Pasemos a la parte de atrás. Debajo de una encina tengo unas sillas con una pequeña mesa. 

Emma sigue a la anciana hasta el lugar descrito por ella y allí se sientan ambas. Entonces Adela, secándose los ojos llorosos, comenzó a hablar.

—Sé que viene por lo que hizo Carlos. 

 —Vengo porque se ha encontrado un cofre que contiene monedas de oro y en el que hay una nota explicando que el que encontró dicho tesoro, mató a su esposa para casarse con otra. 

—Bueno…sí, en principio fue así…me explicaré mejor. 

—Sí, mejor. Porque no entiendo lo que me quiere decir.

—Yo al principio de comenzar la relación con Carlos, desconocía el hecho de que estuviera casado. Luego, como se portaba tan bien conmigo, me enamoré. Al cabo de dos años, me enteré de la existencia de su esposa.

—¿Y qué pasó?

—Bueno…yo me enfadé mucho por no haberme dicho que estaba casado. Entonces, él me juró que se divorciaría de ella, pero eso no ocurrió. De pronto, me dijo que había desaparecido. Luego la dieron por muerta, con lo cual pudimos casarnos. Nunca pensé que le había hecho algo porque yo estaba muy enamorada de él. 

—¿La policía nunca lo sospechó?

—Martín, que así se llamaba el encargado del caso, sí que pensaba que pudiera haberle hecho algo, pero nunca hubo pruebas de ello. Luego, encontraron algo que no sé lo que fue, que determinaba que podría haber tenido un accidente y haberse caído por un acantilado.

—Entonces fue cuando se casaron.

—Sí, así es.

—¿Por qué se ha divorciado de Carlos?

—Pues verás… mi nieta Sara, no sé exactamente cómo, encontró el cofre, que estaba escondido. Sé que se accedía por unos pasadizos situados detrás del espejo del dormitorio principal. 

—¿Nunca fue a verlo? 

—Tengo claustrofobia, así que ni hablar. 

—¿Por qué no fueron a la policía?

—Porque Carlos le dijo que si entregaban el tesoro él tenía muchas posibilidades de ir a la cárcel. Le contó una película. Pero mi nieta, que no es ninguna tonta, con el tiempo, comenzó a investigar. 

—¿Por qué no sacaron el tesoro de allí?

—Porque a Carlos le pegó un infarto que casi se va al otro barrio.

—¿Quién escribió la nota?

—La nota la escribió mi nieta cuando creyó que lo ocurrido era así. 

—¿Y no fue así?

—Sí y no. 

—¿Cómo sí y no?

—Pues sí que es cierto que, como Enriqueta sabía de la existencia del tesoro, Carlos no quería tener que pasarle mucho dinero si se divorciaban, así que decidió matarla. Así que un día en que habían salido a navegar, él la golpeó y la tiró por la borda. Carlos pensó entonces que ya estaba. Que la había matado. 

—¿Y no fue así?

—No, no fue así. Él se pensaba que sí. Estaba seguro según parece.

—¿Te lo confesó?

—No. No me contó la historia Carlos. 

—Entonces, ¿quién?

—Bueno, la primera que me contó algo fue mi nieta. 

—¿Cómo lo supo ella? 

—Se lo contó Martín. Porque estuvo investigando mucho tiempo. Él fue el que logró aclarar lo que había sucedido.

—Entonces, ¿Enriqueta no murió?

—No, no murió. Pero ella le contó a Martín todo lo que pasó. Él la encontró. Entonces quiso encarcelar a Carlos, pero Enriqueta lo convenció para que no, porque si era así tenía que aparecer y ella no quería.

—¿Dónde estaba Enriqueta?

—Se había escondido. Tenía miedo. La ayudó la mujer que la encontró en una cala. Estuvo viviendo con ella bastante tiempo mientras ella le arreglaba la casa y trabajaba en la tienda de comestibles de ella. Así subsistió durante bastantes años. Después, Martín la ayudó. 

—¿Y dónde está ahora Enriqueta?

—Pues si te esperas un poco, la conocerás. Ahora vive conmigo. Carlos no tiene ni idea, ni sabe en qué lugar vivo yo. Ni quiero que sepa nada. De hecho, a todos los efectos, Enriqueta sigue muerta. Sé que no está bien, pero es lo mejor.

—¿Qué motivo le diste para el divorcio?

—Porque me había mentido con lo del tesoro. 

Entonces, al poco tiempo, llegó Enriqueta con una perra llamada Mila. Entonces cenaron juntas mientras se bebían una botella de vino tinto y, conversaban sobre lo ocurrido. Le ofrecieron a Emma dormir allí, y como estaba cansada y había bebido, aceptó.

                                            Juana María Fernández Llobera

Las actividades del Centro Intercultural Hipatia son apoyadas por la Fundación Guillem Cifre de Colonya Caixa Pollença

Temas relacionados:

Opiniones de este contenido

Esta web se reserva el derecho de suprimir, por cualquier razón y sin previo aviso, cualquier contenido generado en los espacios de participación en caso de que los mensajes incluyan insultos, mensajes racistas, sexistas... Tampoco se permitirán los ataques personales ni los comentarios que insistan en boicotear la labor informativa de la web, ni todos aquellos mensajes no relacionados con la noticia que se esté comentando. De no respetarse estas mínimas normas de participación este medio se verá obligado a prescindir de este foro, lamentándolo sinceramente por todos cuantos intervienen y hacen en todo momento un uso absolutamente cívico y respetuoso de la libertad de expresión.




 No hay opiniones. Sé el primero en escribir.


Escribe tu comentario
* Datos requeridos
Título *
Contenido *
Tu nombre *
Tu email *
Tu sitio web