"ALBA Y LA FOQUITA GULINDA"
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"ALBA Y LA FOQUITA GULINDA"

Cuento infantil. "Alba es una niña de diez años..."

Juana Ma. Fdez. Llobera | 7 oct 2025


ALBA Y LA FOQUITA GULINDA

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Alba es una niña de diez años que vive ahora en Irlanda con sus padres, Ana y Daniel. Su madre es bióloga marina y ha sido contratada como bióloga para hacer un estudio sobre las focas grises que habitan en las costas rocosas. Dichas focas, también son conocidas como ‘focas grises del Atlántico’, ya que se encuentran en ambas orillas del Océano Atlántico Norte. Daniel, su padre, es profesor y ha conseguido una plaza en un colegio para dar clases de matemáticas.

Alba que siempre ha sido muy curiosa, le pregunta a su madre todo el tiempo por las focas.

Mamá, ¿las focas pueden sumergirse como los delfines?

Sí, cariño. Las focas se pueden sumergir a grandes profundidades durante tiempo, máximo una hora. Tienen el cuerpo adaptado para moverse bien en el mar y tienen grasa para no tener frío. Se diferencian de las ballenas y los delfines en que pasan algún tiempo fuera del mar. Tienen a sus bebés en tierra y también cada año cambian la piel allí.

¿Vas a hacerles fotos?

Sí, voy a hacerles fotos y vídeos. Te los enseñaré.

¿Te podré acompañar alguna vez para verlas de cerca?

Ya iremos viendo, Alba. Es un nuevo trabajo, así que primero tengo que ir viendo.

¡Claro, mamá! Entiendo.

¿Qué comen las focas, mamá?

Pues comen peces, como bacalao, arenques, salmones, y otros, además de calamares y pulpos.

¿Las focas pueden ver bajo el agua?

Sí, los ojos de las focas están adaptados para ver bajo el agua. Tienen los ojos grandes y están hechos para permitir la mayor cantidad de luz posible. En tierra, el ojo está protegido de la luz del sol por el cierre de la pupila.  Venga, Alba, acábate el desayuno, que tienes que ir a la escuela.

Ana lleva en coche al colegio a Alba, para después ir a reunirse con Keeva, Liam, Dáire, Nessa y Conor, todos ellos biólogos marinos como ella y que van a ser parte del proyecto. Todos ellos han estado trabajando antes en varios países, entre ellos, España, razón por la cual hablan muy bien español todos, cosa que le facilita mucho el trabajo a Ana, ya que su inglés aún no es muy fluido, aparte de que en Irlanda el acento es distinto que en Londres, que es donde ella estuvo aprendiendo.

¡Hola, Ana! Mi nombre es Keeva y soy la coordinadora del proyecto. Estos son por orden: Liam, Dáire, Ness y Conor.

Todos dan un beso a la recién llegada, tras lo cual prosigue hablando Keeva.

Vamos a hacer dos grupos para poder abarcar más terreno. Ness, Conor y Ana, formarán uno, y el resto, formaremos el otro. Ness, tu coordinarás el grupo y yo coordinaré el otro. 

Así fue como Ana comenzó su labor de estudiar a las focas grises irlandesas. Llegaba emocionada a casa por las noches y contaba muchas anécdotas sobre todo lo que había vivido durante el día. Alba, al oír a su madre, cada vez estaba más intrigada con todo lo relacionado con las focas y diariamente le hacía preguntas sobre ellas. 

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Alba ya ha comenzado a hacer amigos en el colegio, aunque le cuesta hablar en inglés. Además, no tienen el mismo acento que su profesora, que es de Londres, así que muchas veces no entiende lo que le dicen, pero sabe que irá aprendiendo a medida que pase el tiempo. 

Llega el fin de semana y Ana tiene que ir el sábado a hacer unas fotos de algunos lugares donde hay focas. Alba insiste en ir con ella, así que después de dos negativas de su madre, consigue que la lleve. Conduce, su madre, una hora y media hasta llegar al lugar escogido. Una vez allí, salen del coche, no sin antes coger todo el equipo necesario para unas buenas tomas. Allí Alba verá por primera vez focas grises, tanto adultos como crías. De pronto, a lo lejos, Ana percibe que algo anda mal en una foca. Se acerca y ve que es una hembra que ha fallecido a consecuencia de una herida grande que seguramente fue realizada por un arpón y que se complicó. Cerca de ella sobrevive una cría pequeña. Alba y Ana se miran. Tienen que salvar a la foca pequeña que, Alba, desde un primero momento llamó ‘Gulinda’ porque le resultaba muy bella. La cogieron y la llevaron al lugar que ellos como entidad tenían para esos casos, donde podría nadar y comer todo lo necesario para que fuera creciendo. Alba, desde ese día, cuando salía del colegio, iba a visitarla. Con el paso de las semanas, Gulinda iba creciendo y poniéndose cada vez más fuerte. 

Medio año más tarde, ya era hora de devolverla al mar con los suyos. Algo que apenó mucho a Alba, pero era mejor para la foca, porque si pasaba demasiado tiempo, ya no se adaptaría. El día que la devolvieron al lugar donde la encontraron, Alba le dio un abrazo a la foca y cuando, pasado un tiempo, la foquita se alejó para ir con los suyos, Alba lloró. La iba a añorar mucho.

 

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Tiempo después, justo el día después de cumplir Alba once años, su madre le dijo de ir con ella a hacer un trayecto en barco para ver focas a lo largo de la costa. Ness le enseñó a hacer nudos marineros durante la travesía, mientras que Conor le dejó su cámara para que Alba hiciera fotos a las focas. Todos se lo estaban pasando visiblemente bien observando todo lo que acontecía en la costa. La única pega era que hacía mucho frío, razón por la cual todos iban muy abrigados, lo cual dificultaba un poco hacer algunas actividades.

Tres horas después de haber salido del puerto, Ana vio una foca que se parecía mucho a Gulinda. Sintió de repente una gran emoción interna y corrió para asomarse más y tomar una foto de ella con el teleobjetivo. Tanto sacó el cuerpo por la barandilla, que ella y la cámara cayeron a las frías aguas. Ana gritó como loca al ver la escena y se asomó para ver dónde estaba Alba y tirarse a salvarla, pero no la veía. Lloró creyéndola muerta, pero no dejó de buscar. Ness y Conor hacían lo mismo. Un minuto más tarde, una inmensa foca trajo sacó la niña encima de su lomo. La acercó al barco para que pudieran cogerla. La había salvado de morir de frío. Ana se acercó a la foca y vio claramente que se trataba de Gulinda, así que le acarició con mucho cariño la cabeza. La foca entonces hizo un gesto con la cabeza y se sumergió en el mar para volver con las otras focas. A partir de ese momento, Alba y su madre, cada vez que podían, iban al ese lugar para ver si la veían, y aunque no todas las veces la vieron, el vínculo se forjó para el tiempo que vivieran. 

 

                                            Juana María Fernández Llobera

 

 

 

 

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