
La historia de Binta
Binta tenía cinco años cuando llegó a España procedente de Senegal. Su padre, Malick, fue el primero en llegar a las costas españolas en patera, medio muerto por el frío y el intenso oleaje que hubo en la travesía. Tres años tardaron los demás en llegar, cuando Malick había conseguido arreglar los papeles gracias a un hombre que le proporcionó un trabajo y le ayudó a estar legal en España, algo que no se consigue tan fácilmente como algunos piensan.
Binta, comenzó a ir al colegio en cuanto pudieron arreglar la documentación y, no fue fácil para ella, porque no sabía hablar bien el idioma y porque algunos niños se metían con ella por ser de raza negra. Por suerte, una niña llamada Ana, la ayudó y la integró en su grupo de amigos, con lo cual, poco a poco, fue integrándose en el colegio mejor y fue aprendiendo el idioma. Ana, pasados unos meses, le enseñó a ir en bicicleta y le regaló la que ya no usaba porque tenía una nueva. Binta era feliz de ir en bici a todas partes. Me encantaba verla pasear cada vez que me la encontraba, porque su sonrisa era tan fresca, tan genuina, que me hacía sentir que aún había esperanza en que las cosas pudieran ir mejor de lo que estaban, en el presente, para muchos.
Cuando alcanzó la edad de quince años, su madre, Sunu, murió y ella se tuvo que hacer cargo de sus tres hermanos menores, Awa de doce años, Senghor de diez y Serigne, de siete. Su padre se pasaba todo el día fuera trabajando o reuniéndose, al cabo de algunos meses, con sus amigos. El sueño de ser médico, para ayudar a la gente, se esfumó para ella, porque apenas tenía tiempo de estudiar y las notas fueron bajando con el paso del tiempo.
Pasados ocho meses desde la muerte de su madre, el padre comenzó a ir con otra mujer, esta vez española. Pasaba muchas noches fuera de casa, así que a Binta le tocaba hacer todo, con lo cual, el cansancio se fue apoderando de ella, y siempre estaba triste. Ana, su amiga, fue a hablar con una de las profesoras para contarle su caso y, dicha profesora, se encargó de ayudar a Binta a mejorar sus notas, porque empezó a ir a su casa tres veces por semana y le ayudaba también con sus hermanos y, muchas veces, les llevaba comida preparada para que Binta pudiera descansar un poco. Yo, al saber lo ocurrido, decidí ir a visitarla algunos días y jugaba con sus hermanos mientras ella estudiaba. También les llevaba algo de comida para que no tuviera que ir a comprar ella. De todo esto, han pasado algunos años ya, pero lo recuerdo como si fuera hoy, ya que me dolía ver a Binta con todo eso a sus espaldas. Luego, al cabo de un año, se marcharon a otro lugar y dejé de verles durante bastante tiempo, hasta que una Navidad me los encontré a todos, junto a la nueva esposa de su padre, paseando por el centro de la ciudad y se pararon un instante a hablar conmigo.
Una de las cosas que más alegría me dieron de la historia de Binta, fue que, un día, que tuve un pequeño percance y tuve que ir al hospital, ella estaba pasando consulta en el mismo. Había conseguido su sueño de ser médico y ella, con su característica y bella alegría similar a cuando iba en bici, al verme, me sonrió.
Juana María Fernández Llobera

Esta web se reserva el derecho de suprimir, por cualquier razón y sin previo aviso, cualquier contenido generado en los espacios de participación en caso de que los mensajes incluyan insultos, mensajes racistas, sexistas... Tampoco se permitirán los ataques personales ni los comentarios que insistan en boicotear la labor informativa de la web, ni todos aquellos mensajes no relacionados con la noticia que se esté comentando. De no respetarse estas mínimas normas de participación este medio se verá obligado a prescindir de este foro, lamentándolo sinceramente por todos cuantos intervienen y hacen en todo momento un uso absolutamente cívico y respetuoso de la libertad de expresión.
No hay opiniones. Sé el primero en escribir.
