UN DIÁLOGO CON LA VIDA
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UN DIÁLOGO CON LA VIDA

Conversando con Salvador Carlos Dueñas Serrano

Salvador Carlos Dueñas Serrano | 11 oct 2025


‘Lo mejor de vivir contigo’ de Salvador Carlos Dueñas Serrano

Un diálogo con la vida.

Un viaje entrañable por Andalucía.

Buenas tardes, Salvador Carlos.

Nos reunimos hoy para hablar de tu obra ‘Lo mejor de vivir contigo’, que me ha parecido una reunión de pensamientos y sentimientos muy sinceros, expuestos con mucha claridad, que hacen que sea muy interesante leerla. 

J.M.: Antes de comenzar a adentrarnos en tu obra, me gustaría que nos hablaras de ti, para que nuestros lectores tengan un primer acercamiento y sepan, un poco, quién hay detrás de la obra que vamos a desgranar. Podrías contarnos dónde naciste, en qué lugar resides en la actualidad, a qué te dedicas aparte de a escribir, qué te llevó a comenzar a hacerlo, y todo lo que consideres importante para ese primer acercamiento. 

S.C.: Hola. Muchas gracias por tu atención.

Nací en un lugar de la Mancha. Con más o menos cuatro años de edad ya estaba viviendo en Madrid. Donde ha transcurrido toda mi vida, siendo una de las ciudades que más me han marcado y de las que más quiero.

Mis dedicaciones son múltiples. Desde el punto de vista laboral realizo labores de administración de empresas. En cuanto a lo personal, me dedico a plantar árboles y desarrollar actividades creativas relacionadas con el arte. 

Quienes escriben saben, que en general uno no decide escribir. Es algo que forma parte de la identidad y naturaleza de cada individuo que contiene tal inquietud. Es tan innato como bailar o cantar. Surge.

Recuerdo que aproximadamente con seis, siete años, cuando en mi época se aprendía a leer y escribir. Comencé a redactar cuentos, puesto que fue lo primero que conocí directamente relacionado con la literatura. Aquello me procuraba mi propio mundo ideal y me evadía de algo que para mí era terrible, como las matemáticas. A las cuales las consideraba una de las peores obligaciones porque no encontraba atractivo por ninguna parte ni posibilidad de imaginar o crear con ellas. Más que someterme a su calculadora forma de ser.

Nunca se me ocurrió mostrar a nadie mis escritos. Los acumulaba y guardaba en una caja que escondía en el fondo de un baúl. Me parecía que aquello era algo tan íntimo, tan privado y a la vez propio de personas con cualidades y formación para atreverse a realizar tal hazaña. Por lo cual, por inseguridad y falta de experiencia tarde o temprano destruía lo escrito.

La inquietud por crear a través de la escritura forma parte de mi personalidad y la considero una suerte porque me ha permitido conocerme, ordenar mi pensamiento y optar por exponer y comunicar a quienes lo deseen, mi punto de vista acerca de muchos aspectos de nuestra existencia.

Es algo que parece surgir de pronto. Pero en realidad está con uno desde que nace hasta que muere.

Más o menos a partir de los veinte  años de edad, cuando estamos en ese momento en el cual parece que da comienzo nuestra vida, de forma individual, sin el cobijo de la familia o la influencia y tutela de la sociedad; fue cuando volví a tener el impulso de volver a escribir sin decidirlo.

Las diversas circunstancias o situaciones que a cada cual nos somete la vida nos hacen reaccionar del modo con que cada cual podemos superar determinadas etapas. En mi caso, fue la necesidad de liberarme de aspectos vitales que no me satisfacían. Tales como el modo de entender las relaciones afectivas entre seres humanos. Con imposiciones dadas por hecho en cuanto que por tradiciones culturales, sociales o religiosas, las cosas solo podían ser de la forma establecida y conocida.

Las típicas decepciones que a todos nos acontecen en el transcurso de nuestra vida, ya sean de amistad o eso que denominamos amor en relación con la atracción física, mental o afectiva entre personas, fueron el detonante o el interruptor que estimularon mi necesidad por utilizar la escritura como el medio más adecuado a mi alcance para hacerme la vida mejor. Más atractiva, más interesante. Creándome ese mundo a medida. Soñado, deseado, y sobre todo con el placer de disfrutarlo en el proceso creativo.

Fueron varios años componiendo una auténtica enciclopedia con multitud de vivencias de aquel Madrid de La Movida. Donde sucedían todo tipo de aventuras, con personas bastante singulares.

Mi problema era mi inseguridad o auto exigencia. O sencillamente falta de mundo o experiencia para asumir o entender, que existiera la posibilidad de que mis escritos tuvieran suficiente calidad para ser del interés de otros. Dárselos como un regalo que demostrase mi predilección por la persona que motivó la redacción de todo aquello, fue mi manera de publicarlo. Esperando ingenuamente que algún día, tal persona correspondería con la sorpresa de devolverme tal cosa, convertida en ese libro, fruto de tales aventuras de aquel Madrid adolescente y apasionante, que acababa de entrar en Europa por la puerta grande; mostrándose al mundo como esa gran ciudad que siempre fue, y había estado tanto tiempo cohibida, sin valorarse como debía, tal cual me sucedía a mí.

El paso del tiempo afortunadamente nos sirve para aprender a superar errores y tratar de vivir lo mejor posible conforme a nuestra personalidad. Afianzando nuestro carácter, ayudándonos a sabernos querer por el práctico hecho de que nuestra vida transcurra, como debe ser, del modo más agradable o feliz que sepamos y aprendamos a darnos.

Por eso ahora, treinta años después, me atrevo a escribir por fin, con el convencimiento, por propia experiencia de que mi necesidad por hacerlo, mi motivación por crear y mi entusiasmo por disfrutar la aventura de llevarlo a cabo, lo vivo como una de las cosas más satisfactorias de mi vida.

Estoy muy agradecido en principio a la propia vida por permitirme tal medio. Y a cuantos con su profesionalidad me han invitado a materializar este libro. Como por ejemplo las personas con las que traté en la editorial. Donde me encontré muy bien atendido, valorado y respetado desde el primer momento.

Y para mi sorpresa, ahora con tu entrevista, la sensación es como si la vida me diera esas respuestas que durante esos años de juventud donde tanto nos domina la inseguridad a determinado tipo de personas, impidiéndonos la salud de ser nosotros mismos; por fin, la vida me dijera: se tú, es tu derecho y tu razón de ser. Escribe.

J.M.: Me gustaría que nos contases cómo nació la idea que dio lugar a la obra de la cual vamos a hablar hoy. 

S.C.: Más que una idea concreta en la cual pensase en realizar un libro. Es el resultado de varios años con la inquietud y esa proyección personal en la cual presientes que tarde o temprano llevarás a la práctica aquello que vas aprendiendo, pensando, experimentando y deduciendo.

En realidad es la propia vida la que va decidiendo, cuando encuentras ese modo tan agradable de simbiosis dejándote llevar por intuición positiva, olvidando la obstinación juvenil, cuando somos más rebeldes con todo y con nosotros mismos. Empeñándonos en que las cosas sean como creemos que deben ser y cuando queremos.

Sin embargo, cuando se alcanza ese nivel de madurez o de trayecto vital que te permite agradecer y sintonizar con tu entorno en armonía, todo fluye según la vida, la naturaleza o lo que sea, tiene previsto para cada uno de nosotros conforme a nuestras capacidades y forma de ser.

Encontrarme a gusto con la vida, en el lugar que me hace sentir bien, facilita desarrollar todo lo que uno piensa y siente, acompañándolo con la pretensión placentera de convertirlo en arte, por el gustazo del disfrute que produce llevarlo a cabo.

De modo que lo más certero que puedo responder en este aspecto, es que el libro ha llegado cuando me encontraba lo suficientemente preparado, tanto en lo físico, como emocional y mental.

Agradecido, seguro y contento por existir.

Porque en realidad el libro lo siento como un diálogo entre la vida y yo.

Con el deseo de corresponder del mejor modo que podemos hacerlo lo humanos. Transcendiendo a través del arte. Con esa energía que está al margen del tiempo. El cual tanto nos limita en tantas cosas en nuestro quehacer cotidiano supeditado a ello.

J.M.: De todos los temas que abordas en tu obra, ¿cuáles fueron los iniciales y cuáles fueron los que se fueron añadiendo a medida que escribías?

S.C. : La estructura del libro la tenía definida a rasgos generales en el pensamiento. Sabía que sería un trayecto compuesto en capítulos, atesorando esas magníficas vivencias, lugares, personas, situaciones… Como un viaje.

Nunca tuve claro si novela o ensayo. Si realidad, ficción o surrealismo. Comenzar es lo que más me costó, pensando en componer un libro. Cuando comencé a escribir relatos sin pensar en ello, salían capítulos, sin decidir que eran tales.

Tanto como sentir literalmente que cada capítulo era uno de mis valiosos momentos inolvidables que en conjunto componen esa colección de días bonitos, capaz de ofrecerme en el tesoro de un libro la razón de mi existencia. Con ganas de aportar ese deseable granito de arena que por propia responsabilidad existencial todos debiéramos entender como un compromiso con la suerte de existir, formando parte de un planeta tan fascinante como el nuestro.

Por eso la analogía entre viaje y trayecto vital, son el hilo conductor de mi aventura por las letras. Decidí encauzarlo a través de Andalucía porque durante los últimos diez años la he estado recorriendo y disfrutando con la atención que merece y lo mucho que me aporta.

La idea de viaje, por la necesidad de revivir la libertad de viajar, fueron los inicios de este libro. Porque además surgió como todas las veces  que me he lanzado a escribir, acuciado por la necesidad de libertad. Alucinado por la inesperada y temerosa época de la última pandemia de coronavirus. Alterando nuestras vidas por completo. Afectando especialmente a  los ciudadanos más felices, cuidados, libres y sanos de la historia de España. Tan habituados desde que nacimos a que todo evolucionaba a mejor con el paso del tiempo. Unos años más y otros menos. Pero siempre avanzando en todo. Hasta que de repente nos topamos por primera vez como sociedad, desde más o menos medio siglo con una de las cosas más dramáticas que nunca habíamos sufrido en estas última décadas y a nivel mundial.

Tenía bien definido que sería un viaje por la escritura, literalmente rememorando anhelando mis viajes por mi entorno cercano. Donde las cosas acontecían en cada salida, como si la realidad fuera tan apasionante como el esfuerzo placentero de crear una novela. E incluso muchas veces bastante mejor.

El propio texto te va indicando, según vas componiendo qué encaja mejor y por donde es más atrayente proseguir. Surgen muchas ideas a lo largo de la elaboración. Desde  intentar conseguir que pueda ser leído comenzando  por cualquier capítulo al azar, hasta pretender componer una obra redonda sin principio ni fin. Donde la lectura contenga el mensaje, ante todo de obra de arte capaz de inspirar. Que además de lo que se dice, exponga el atractivo de cómo se estructura y relata.

Pero según estás en ello, vas decidiendo por puro sentido práctico que aventurarse en determinados propósitos puede complicar tanto el deseo de ver la obra culminada que debes decidirte por un camino u otro sin dudar.

El placer de componer algo que me hacía disfrutar cada párrafo es lo que verdaderamente encaminaba mi escritura, efectuando ese evidente paralelismo entre trayectoria vital y aventuras de viaje.

Los temas principales tratan de comunicar que cualquiera de nosotros es alguien único e irrepetible con capacidad para hacer de su vida una fascinante aventura que nos permita al final de la misma, la satisfacción de la realización personal, junto con la tranquilidad de haber intentado aportar o legar algo de nosotros para que el Mundo sea ese estupendo lugar mejor para todos, cada día.

J.M.: Vamos ahora a adentrarnos en tu obra ‘Lo mejor de vivir contigo’. Expones en tu libro, en la página once, que:

‘Articulado todo por el más elemental instinto de supervivencia en un contexto natural que no nos permitía otra opción, más que competir con el medio y con semejantes. Porque además somos gregarios. Dependemos del grupo, incluso siendo individuos con tendencia independiente, nuestra existencia transcurre interactuando con otros’.

¿Piensas que esa dependencia de los otros es lo que hace que no nos mostremos realmente como somos en la mayoría de las circunstancias, tomando un rol para que el grupo nos acepte?¿Qué nos puedes decir sobre ello?

S.C.: Muchas gracias por esta pregunta tan inteligente. Que además de hacerme pensar. Me coloca ante la responsabilidad de argumentar con el consecuente respeto que me merece cualquier persona que se interese por esto.

Es evidente que nuestra interacción social determina nuestro comportamiento en función de nuestros intereses.

Ahí estamos cada uno de nosotros para sobrevivir de la forma más adecuada que podamos emplear en cada momento y lugar.

Desgraciadamente todos sabemos por propia experiencia que ser uno mismo en todo momento es prácticamente imposible, por multitud de causas. Y la principal de todas, es precisamente que debemos interactuar pensando en los demás. Y además sin que nos perjudique ni dañar. Encontrado ese punto conveniente que evite malestar.

Lo que sí está a nuestro alcance con mayor facilidad, es nuestra capacidad de decisión y fuerza de voluntad, además del imprescindible nivel de aprendizaje y desenvoltura para el trato social. Todo va directamente relacionado con el nivel de ambición personal. 

Unos lo que más necesitan es libertad, y por tanto son los más predispuestos o capacitados para sentirse plenos, o agradablemente bien, sin precisar de demasiado contacto social, y por tanto menos exposición a la incomodidad de falsear.

Otros encuentran compensación precisamente falseando actitudes consiguiendo aquello que precisan, desean o incluso envidian. 

Hay quienes a través de la aparentemente refinada diplomacia, que  es el nivel más alto que hemos alcanzado los seres humanos para aparentar cuanto nos conviene, con tal de obtener resultados satisfactorios; sin complicarse en mayores pensamientos.

Como la multitud de puntos de vista a este respecto y a tantos otros es tan variada como número de personas hay en el planeta, considero que lo más efectivo para una convivencia provechosa para todos, es ese principio básico que repito en diferentes ocasiones a lo largo de la obra con la célebre frase de “vivir y dejar vivir”.

Algo por principio tan sencillo y beneficioso, que sin embargo en la realidad se complica de modos tan absurdos que es indicativo de lo necio que es el ser humano en multitud de situaciones a lo largo y ancho del tiempo y la superficie de la Tierra.

Nuestra vida es demasiado corta como para fastidiarla y desperdiciarla en disgustos cotidianos.

Durante nuestras etapas de aprendizaje como seres humanos precisamos la protección y la aceptación del grupo. Nadie es tan fuerte como para no quedar marcado en mayor o menor medida, por el rechazo del mismo, por el motivo que sea.

Nos corresponde aplicar los mecanismos que integren las diferencias, la diversidad, la multitud de modos se ser en el conjunto de la sociedad por el enriquecedor bien de la misma.

Una sociedad uniforme es una sociedad enferma. Sin éxito como tal.

Porque el más deseable éxito de cualquier sociedad es que todos y cada uno de sus individuos tenga opción a la plenitud personal.

J.M.: Dices en tu libro que ‘por propia lógica selectiva y evolutiva, siempre debemos sobrar y nos rentabilizamos aniquilándonos en guerras o con la constante violencia de excluirnos en pobreza, hambre, mendicidad, carencias, necesidades. Abocados a nuestro proceso artificial natural que nos hace evolucionar a niveles más favorables para todo de un modo tan traumático para nosotros y a la vez tan ajeno a la ausencia de sensibilidad o escrúpulos de lo que entendemos por vida. Atrapados en esa efímera ilusión que parece nuestra razón de ser, esperanzados en la obtención de este imaginario  y tranquilizador nivel económico que supone el falso y efímero orgasmo de triunfar en la vida…’. ¿Crees que en la búsqueda de ese imaginario y tranquilizador nivel de vida, al que aludes, se nos pasan muchos momentos en los cuales podríamos tener un cierto grado de felicidad y tranquilidad?

S.C.: Curiosamente hemos aparecido como especie en un lugar donde se dan las circunstancias precisas para facilitar nuestra existencia. Donde todas la fuentes de la vida están a nuestra disposición a través del oxígeno, el alimento, el calor del sol y nuestras capacidades para procurar sobrevivir del modo más grato, cómodo y exitoso posible.

Con la paradoja de ser la única especie del planeta que pretende desde hace milenios que el planeta se doblegue o adapte a nosotros.

Somos los únicos seres de este mundo, nacidos en la riquísima abundancia del paraíso natural capaces de apropiarnos del mismo y privar al resto de semejantes y demás especies, del mismo. Tanto que si cada uno de nosotros pudiéramos ser el dueño supremo de la Tierra lo seríamos.

Esa es una gran tara o imperfección evolutiva que todavía no hemos superado. Y nos mantiene aferrados a la inseguridad de poseer bienes materiales para asegurar nuestro bienestar. Es una de nuestras desgracias como especie, que nos evita evolucionar antes a niveles más plenos como seres humanos.

No existe ningún animal pobre en todo el planeta. Excepto la especie humana. Somos los únicos que generamos pobreza, basura, residuos tóxicos, plagas, e incluso alteraciones climáticas.

Somos a la vez la especie supuestamente más inteligente y a la vez la más estúpida. Lo tenemos todo para vivir en el paraíso, que sin embargo nos evitamos literalmente a palos los unos con los otros por la primitiva necesidad de poseerlo en propiedad y revenderlo o alquilarlo al resto.

No somos culpables de contener en nuestros genes, ese tan dañino que todavía no ha descubierto ningún premio Nobel y es el causante de nuestra ilimitada e irrefrenable avaricia.

Esto nos limita a mantener ese equilibrio que nos permita existir para ser felices, como uno de los logros más inteligentes como especie.

Por ahora entendemos la felicidad en función de servidumbres económicas. Donde fiscalizamos absolutamente todo y cada vez más.

Siendo curioso que toda la información que poseemos a nivel de documentación histórica, que bien podría servirnos para meditar, aprender y mejorar. Parece que solo sirve para dar sentido a bibliotecas, archivos o almacenes. Sin el verdadero propósito de la misma, que es servir para aprender a estar mejor.

Toda esa información de nuestra trayectoria vital debe hacernos preguntarnos que hubo un tiempo en el cual el planeta no era de nadie porque era de todos. O dicho de otro modo, no era necesario que perteneciera a nadie porque había más que sobradamente para cuantos lo habitaban. Permitiendo libre tránsito por toda la faz de la tierra, sin las jaulas de las fronteras, ni la esclavitud de las tasas.

Nuestra vida debe ser algo más interesante que vivir para trabajar, producir y consumir.

Debemos evolucionar para alcanzar ese bienestar general que en el fondo todos deseamos sin derrochar el escaso y valioso tiempo de vida que tenemos cada uno, desperdiciando vidas que no nos satisfacen. De lo cual llevamos milenios privados por nuestra avariciosa forma de ser.

J.M.: Expresas en tu libro que ‘Pretender esclavizar a la gente catalogándolos, generalizando en algo tan estúpido, simple, impreciso e inconcreto como limitarnos al calificativo de hombre o mujer, es bastante fácil, cómodo, primitivo, poco inteligente, nada evolucionado y ofensivo para la inteligencia de la especie humana, que aspira a eso que denominamos humanidad. Compuesta por individuos en igualdad de oportunidades, obligaciones y derechos. Aspirando a superarse evolucionando a mejor calidad de vida en todo y cada día. ¿Crees que esa catalogación es lo que hace que cuando no te ajustas al sexo con el que has nacido tiendas a ver si encajas más en el otro lado, cuando a lo mejor no encajas en ninguno de los dos y simplemente eres como eres?

S.C.: Es un placer adivinar en esta pregunta que existen personas extraordinarias que desean el bienestar de los demás.

A estas alturas de la trayectoria de la evolución humana, encuentro apropiado y sobre todo más respetuoso para todos, tratar a todo el mundo por principio como seres humanos, o sencillamente: personas,  por denominarnos de algún modo, si es que lo precisamos. Y partiendo de esto, que cada cual sea quien decida ser, sentirse o denominarse hombre, mujer o ambos.

A mí no me supone ningún problema. Más bien todo lo contrario, me parece un ejercicio de reconocimiento por la libertad individual, además del consecuente respeto que nos debemos todos, sin determinar, predisponer o prejuzgar a nadie.

En cuanto a lo de ajustarse o no al sexo correspondiente lo encuentro fácil de entender y difícil de explicar.

En mi caso procuro verlo del modo más empático que puedo. Entendiendo el trauma, las dudas, el malestar, los complejos, y las adversidades en general que han sufrido y sufrirán las personas que se sienten “raras” cuando empiezan a ser conscientes del choque o la contradicción que supone el golpe de realidad que los enfrenta cara a cara con la sociedad en cuanto a educación adquirida, tradición social, influencias políticas y religiosas. Costumbres y demás hábitos adquiridos a lo largo del tiempo.

Con opción a equivocarme, entiendo que el problema que provoca que exista esta percepción en la sociedad de que hay personas con un sexo o con otro. O que hay personas confundidas con su sexo. O que hay personas que prefieren un sexo u otro. Radica precisamente en que principalmente no se ve a la gente como lo mejor que en realidad son: personas con todas las letras, con todos los derechos, con todo el significado y con toda la dignidad que implica y debe implicar para todo individuo por derecho universal como ser humano.

El sexo no tiene sexo. Es el medio natural por el cual la especie humana genera descendencia, placer, autoestima, diversión, y multitud de otra serie de beneficios bien estudiados por la ciencia desde hace tiempo.

Todo es tan relativo como nuestra voluntad como sociedad decida.

Si de verdad pretendemos ser ese tipo de seres modernos, evolucionados y prácticos. No encuentro nada más inteligente que liberarnos de etiquetas tan limitadoras como las muchas que nos colgamos innecesariamente, o interesadamente.

Bien pensado, en realidad no existen tantas cosas como pretendemos imponer que existan. Parece que existen porque son convenientes y rentables al sistema económico y social que todavía nos estructura como cohabitantes de nuestro mundo.

Si se piensa detenidamente, igual que no es cierto que existan negros ni blancos ni chinos ni suecos. Tampoco existen esas cosas tan raras que marginan a determinados miembros de la sociedad como bichos raros por sus preferencias sexuales. 

Me parece algo auténticamente ridículo, retrógrado y demasiado perjudicial para la dignidad humana.

Qué le importa a nadie cómo o con quien intercambia cada cual su sexualidad, afecto o lo que considere oportuno, mientras tales personas así lo desean y deciden de mutuo acuerdo.

Es sobre todo una falta de respeto, una demostración de mala educación, un atentado contra la declaración universal de los derechos humanos y muestra de mala voluntad por el bienestar de los demás.

Hemos llegado a tal punto de complicación absurda, que algo tan simple como que cada cual debe ser soberano y libre de disfrutar su sexualidad como desee. Lo hayamos convertido en un problema. En un trauma, en una enfermedad. En una auténtico dilema para ese montón de gente insegura que se cree con sexo equivocado. Pero qué tontería es esa.

Cómo puede haber un sexo equivocado si el sexo no tiene sexo. Porque en realidad es el resultado de la atracción física y, o emocional entre personas.

Yo tengo claro que hoy todavía, por desgracia, aquellas personas que consideran que deben operarse los genitales porque no se corresponden con su forma de sentirse, son víctimas de una sociedad cruel y estúpida que todavía no ha alcanzado a entender. Que la especie humana es rica y diversa por propia naturaleza y  no es algo tan simple como la económica forma de pensar de la mayoría dominante limitando y excluyendo por propio interés, todo cuanto no cumpla con el requisito imprescindible para tal sistema de rentas basado en el crecimiento poblacional a través de la articulación social basada en ese único modelo familiar donde uno es hombre otra mujer y ambos engendran hijos, como una fábrica de consumidores.

El ser humano debe tender a ser persona con capacidad y derecho para elegir el modo de vivir conforme a su personalidad como primer precepto básico y sagrado de una sociedad que respeta a sus individuos y así misma.

J.M.: Me gusta el ejemplo que pones del león, diciendo que ‘ella importa una mierda ser macho o hembra. Lo que más le importa es vivir tal cual es’. ¿Crees que vivir tal como somos sería lo que nos aportaría felicidad?

S.C.: En principio, por pura lógica, tener la oportunidad de desarrollarte tal cual eres, debe proporcionarte los medios para ser feliz. Porque en primer lugar no desperdicias años fundamentales de tu vida, primero en rechazarte y después en aceptarte. Yéndose por el camino una de las etapas más determinantes para conformar tu personalidad, restándote bastante tiempo para aprender a ser feliz, o al menos no ser infeliz.

Cualquiera que se vea obligado a no ser el mismo es imposible que sienta el placer de vivir, porque no se tiene a sí mismo. Porque no se siente integrado. Porque no es fácil sentirse al margen de los demás.

Es bien sabido por muchos que la falta de realización personal, entre otras cosas determinada por la sexualidad facilita tener a la gente sometida a cualquier sistema del que se aprovecha con facilidad cualquier élite.

Las personas felices no son tan rentables como las atemorizadas y fáciles de controlar. Alguien pleno, se siente fuerte y seguro. No es tan domesticable. 

Por eso nuestra avaricia conserva episodios tan vergonzosos en nuestra especie a través de la historia de la humanidad, como la esclavitud. Donde forzando a la gente a través del terror de la fuerza, la tortura y el miedo, privándolos de ser ellos mismos, podían utilizarlos como máquinas de las que obtener beneficio económico. Desde los abusivos romanos hasta los criminales traficantes de esclavos. Por ejemplo, entre infinidad de otros lamentables periodos.

Una deplorable y vergonzosa historia que no habla muy bien de nosotros como especie, por mucho que queramos adornarlo con otro tipo de logros. Los cuales quedan bastante ensuciados por el inhumano dolor que llevamos infringido a tanto ser inocente por inhumanos indecentes.

Que me sorprende verdaderamente que todavía las personas no disfruten de su legítimo derecho a ser ellos mismos. Después de milenios de víctimas al respecto.

O somos muy lentos aprendiendo. O no queremos liberarnos de nuestra cruel avaricia.

J.M.: Hablas en tu obra de que estás a caballo entre Madrid y el pueblo. ¿Qué destacarías de cada uno de los lugares? ¿Dónde te sientes más cómodo y cuál es la razón?

S.C.: Los dos son mi lugar. No sería tal cual soy sin ambos sitios. Madrid me ha dado una visión cosmopolita del mundo. Una apertura de miras y un disfrutar respetando la diversidad de formas de existir como personas nazcan en el mundo.

El pueblo me ha permitido ese universo propio donde sentirme artista. La satisfacción de crear por uno mismo ese entorno donde encontrar el placer de vivir cada día.

El contraste entre el pueblo y Madrid es una de las experiencias más gratificantes que podemos experimentar como ciudadanos y como personas.

Determinadas cosas a precisas edades, son fantásticas en Madrid. Como la infinita oferta de ocio, vida social, opciones de formación, estudios, o laboral en plena juventud.

La infancia y la edad comprendida entre más o menos los cuarenta y cinco y el resto de tu vida, son extraordinarias en el pueblo, si eres alguien independiente y lleno de inquietudes. Que disfrutas del campo, el paisaje, plantar árboles. Crear arte.

Sin el pueblo y Madrid, el libro no existiría o sería otro.

Cuando estoy en el pueblo estoy encantado, y a la vez doblemente encantado porque tengo previsto ir a Madrid. Y cuando estoy en Madrid, siento el placer de estar en mi casa, con el lujazo, por ejemplo de pasear por los salones del Museo del Prado como en mi hogar. Sabiendo que en un par de horas estaré en el pueblo, con esa quietud que me hace escuchar la brisa rozando las hojas de los palmitos del patio.

Es algo así como si en el pueblo tuviera también Madrid. Y en Madrid el pueblo. Necesito y me gustan ambos sitios como uno.

Carlos III que es una de las personas que más admiro. Vivía cada estación del año en un sitio. Además de por el privilegio de su condición personal, imagino que también sería algo que precisase su persona.

El contraste nos enriquece en todos los aspectos. Nos ayuda a entender y respetar mucho mejor los diferentes modos de vida y opciones de todo el mundo.

Los pueblos son mejores porque reciben muchas veces el oxígeno de formas más avanzadas de pensar de las ciudades. Y las ciudades son mejores porque integran determinadas actitudes entrañables muy de pueblo.

Si de mí dependiera, facilitaría que todo el mundo tuviera opción a este contraste. Y si se pudiera, que la gente disfrutase la infancia en un pueblo, la juventud y carrera laboral en la ciudad, y poder elegir cuando se está jubilado entre vivir en el pueblo o la ciudad, o en ambos.

J.M.: Expones en tu obra: ‘ Ni tú ni nadie debe invadir, anular, alterar, fiscalizar o imponer algo tan necesario para el saludable desarrollo del ser humano como es su derecho a ejercer su sexualidad como desee, atendiendo al respeto por la misma opción de los demás’. ¿Crees que sigue existiendo mucha intolerancia al respecto, aparte de ataques,  aunque se quiera mostrar que las cosas han cambiado respecto a cincuenta años atrás, por no decirte treinta años?

S.C.: Mientras no se tome la determinación de borrar del diccionario y con ello la cobarde costumbre de insultar, menospreciar y maltratar a la gente con palabras como tortillera o maricón; por supuesto que no desaparecerá la intolerancia. Por esto se empieza.

Desgraciadamente valoramos el daño a los demás exclusivamente cuando algún miserable comete la barbaridad de matar a alguien por algo tan injustificable como que esa persona tiene preferencias sexuales por individuos de su mismo aspecto físico en cuanto a poseer iguales genitales.

Pero jamás se valora el irreparable daño que se produce a la infancia cuando determinados niños maleducados en familias que descuidan el respeto a los demás, marginan y trauman a otras niñas o niños porque muestran su legítima atracción por quien les da la gana.

Esto más que intolerancia es un daño oculto que perdura de por vida. Siendo cómplice el conjunto de nuestra sociedad.

Por eso creo decir con justicia, por puro sentido práctico y efectivo que determinadas palabras que se utilizan como insultos de odio sería muy provechoso para todos, más que prohibirlas, eliminarlas del idioma. Y sirva de homenaje a tanta víctima inocente a lo largo de demasiados siglos.

Porque verdaderamente nadie es algo tan vulgar ni tan falso como eso que insultan. Cuando en realidad la gente lo que pretende es algo tan natural como intercambiar afecto, sexo, diversión y sobre todo salud y alegría de vivir.

Algo que por supuesto los que se creen con derecho a vetar a los demás consideran inadecuado porque les da la gana. Porque no hay otra razón, más que la imposición.

La verdad es que el tema da para mucho. Y sobre todo para preguntarse hasta qué punto una sociedad que se entromete en algo tan personal y tan de cada cual como su sexualidad, no haya superado ya algo tan básico y tan natural como que la atracción entre personas es tan saludable como todo aquello que nos hace sentir bien, independientemente de si son dos personas de aspecto masculino, femenino o como cada cual se sienta.

Es que es tan ridículo plantearse estas cosas que uno se siente viviendo en la Edad Media en pleno siglo XXI.

J.M.: Declaras en tu libro que ‘Una tierra que odia los árboles es una tierra inculta, pobre y triste. Una tierra sin árboles, y mucho menos sin árboles viejos, demuestra demasiada estúpida avaricia y falta de compromiso con su propio bienestar y el del planeta. ¿Piensas que se habla mucho de poner más árboles en las ciudades y que no llega a ocurrir, aparte de que se destruyen muchos lugares en los que había árboles?

S.C.: Tus preguntas son fantásticas. Y estoy disfrutando la entrevista, tanto como cuando estaba sumergido en la creación del libro.

Una vez más Madrid y el pueblo me han dado mi pasión por los árboles.

El pueblo está ubicado en una región natural que desde hace milenios ha sido sometida a prácticas agrícolas que han desertizado la zona, privándola de beneficios como la lluvia más abundante o la riqueza de diversidad biológica.

Vivir en Madrid me convirtió en un gran conocedor de todas las especies de árboles y arbustos de la península ibérica. Puesto que toda la ciudad es uno de los jardines botánicos más completos y extensos del mundo. Pasear por la ciudad, su multitud de parques, jardines y calles arboladas es un deleite para cualquier botánico.

Madrid es una pasada en este aspecto. Y puedo decirlo con conocimiento de causa porque tengo pateada toda la ciudad y conozco todas sus masas arbóreas además de monumentos. En realidad recorrer la ciudad disfrutando tales cosas es una de las actividades que más  he hecho en mi vida.

Es lo que me permitió obtener todas las semillas que despertaron mi instinto naturalista para liberar mis tierras de la agrícola esclavitud, haciendo retornar los encinares.

Por supuesto que la agricultura es imprescindible. Lo que es prescindible y deseable es que sea destructiva. Tenemos suficientes conocimientos y capacidad para hacerla sostenible ya. Y reconvertir nuestros campos en ese paraíso productivo, que si queremos podemos llevar a efecto hoy mismo.

Nuestras ciudades necesitan los árboles. A los habitantes nos benefician en todo. Y mucho más ahora que los veranos se alargan  en el tiempo y se prodigan las olas de calor insoportable.

Determinados planteamientos actuales que han comenzado a implantar toldos en varios puntos de las ciudades no son tan eficientes como los beneficios de los árboles. Esas instalaciones no sirven de mucho. Las considero un desperdicio de dinero público. Nada nos protege más y mejor del calor excesivo y la polución que la saludable sombra de los árboles.

Madrid en este aspecto es una de las ciudades más verdes del mundo y es otra de las razones por las que tanto la quiero. Desde pequeño he observado un gran respeto por los árboles en general. Y demuestra ser una ciudad culta y sensible conservando ejemplares monumentales, que son la memoria viva de la ciudad.

En el pueblo se los veía como enemigos y me ha costado mucho que las personas mayores los respeten. Nadie les enseñó que son uno de nuestros mejores aliados para nuestra calidad de vida.

Ancestralmente en la Mancha los árboles son bichos raros. Aquí cada metro cuadrado debía ser rentabilizado con algún cultivo. 

Siempre me preguntaba cómo era posible que una zona tan afectada por la insolación del verano, no hubiera tomado la precaución de contener más zonas arboladas que amortiguasen los rigores del clima además de favorecer las lluvias, como por ejemplo las dehesas extremeñas.

El contraste enriquecedor entre la ciudad y el pueblo con el consecuente intercambio de influencias va consiguiendo que nuevas formas de entender el beneficio de los árboles sean demandas por la población más joven, afortunadamente para todos.

J.M.: Hablas en tu obra de Andalucía. Nos sumerjas en un momento en: ‘El frondoso otoño de Granada, la primavera de Sevilla, el verano de Cádiz, los inviernos de Huelva y Almería, el sol de Málaga. Las cuatro estaciones por las sierras de Jaén. El refloreciente otoño primaveral de Córdoba. Los acogedores días de lluvia paseando tus bellísimos conjuntos históricos. Y esa luz meridional que colorea patios, jardines, paisajes. Con la efusiva vitalidad de disfrutar tus mundos a cada instante’. Hablas en tu obra de lo positivo y lo negativo de las tierras andaluzas. ¿Qué destacarías en positivo y en negativo?

S.C.: A primera impresión lo más positivo que encuentro desde mi forma de entender la vida, es el cúmulo de riqueza patrimonial, cultural y natural que atesora Andalucía.

En negativo, que una sociedad con una trayectoria histórica y cultural de las más atractivas del mundo contenga todavía en determinados lugares focos de pobreza o marginalidad.

En positivo la gran variedad de opciones culturales, lúdicas, gastronómicas y turísticas que ofrece toda la región. Con una diversidad de paisajes que ya quisieran muchos países. Aquí es posible adentrarse en los horizontes interminables de desiertos o ascender a las cumbres nevadas más altas de la península. Sorprenderse en los alcornocales de Cádiz con retazos de los antiguos bosques de laurisilva que todavía existen en Canarias. O perderse por el olivar más inmenso de la Tierra. Visitar cuevas de las más extensas del país y pasear por playas vírgenes.

En negativo. Con la enorme riqueza gastronómica tradicional tan saludable en relación con la dieta mediterránea que posee Andalucía, me parece perjudicial para sus habitantes la abundancia de personas con exceso de peso que pueden observarse con frecuencia.

En positivo la cordialidad y el espíritu amigable que por principio se emplea en todas partes que visites.

Algo muy positivo es que según la visito y vuelvo a los sitios al cabo de meses o años, siempre mejoran en cuanto a cuidado urbano, patrimonial y natural.

Y algo negativo desde mi percepción del paisaje es la invasión descontrolada de instalaciones de placas solares en mitad del campo sin atender a criterios que ordenen el territorio de forma que se equilibre el beneficio de la energía renovable con la afección al entorno.

Podría extenderme tanto como quisiera en esta respuesta, pero considero que lo fundamental para mí es esto.

J.M.: He leído en tu obra que expresas: ‘Emigrar no es un delito. Y muchas veces, ni siquiera una opción. Es una necesidad. Y, en determinados casos, una imposición’. ¿Qué les dirías a la gente que rechaza a los emigrantes e incluso los insulta?

S.C.: Lo mismo que  a todos aquellos que no es que no sepan respetar a los demás. Es que no quieren respetarlos.

Que se pongan en su lugar. Porque determinadas personas no tienen capacidad para entender el sufrimiento ajeno hasta no padecerlo por sí mismos.

Son incapaces de entender lo durísimo que es verte obligado a salir de tu entorno por no disponer de la oportunidad para sobrevivir.

En cualquier caso quienes rechazan o insultan a personas que se ven abocadas a emigrar son los mismos que insultan a cualquier otro tipo de personas que consideran en desventaja o débiles. Porque los cobardes suelen atacar a presas o víctimas que saben que no les van a atacar o no se van a defender.

Nadie quiere emigrar. Todos queremos viajar, que es muy diferente.

La gente que emigra en general son víctimas de nuestro sistema social que prima la rentabilidad económica por encima de todas las cosas.

Como en todo y todas partes, por supuesto que hay gente que emigra que es mala por naturaleza y allá donde vaya, fastidiará al que pille. Lo cual no es motivo ni justificación para estigmatizar o criminalizar a las personas que emigran. Sería tan absurdo  como generalizar en cualquier otro asunto.

Y no olvidemos que si existe la emigración es porque hay otros espabilados que se lucran de ello. Desde gobiernos a mafias. Que no todo es tan básico ni tan sencillo como culpabilizar al más débil de esta complicada trama.

J.M.: En el recorrido que haces por Andalucía en tu obra, ¿fuiste escribiendo parte mientras visitabas esos lugares?

S.C.: Nunca escribo cuando viajo. 

Para mí, viajar es una de las cosas más gratas que hago. Estoy tan sumido en ello y tan encantado de hacerlo que ni me acuerdo de escribir.

Escribir acerca de ello, me surge precisamente cuando ha pasado tiempo y anhelo viajar. Estar por esos lugares que tanto me llenan y me hacen sentir lo que escribiendo parece tan fácil como estar allí.

J.M.: Hablas en tu obra de que: ‘Hoy sin villas romanas, sin feudalismo, sin señoríos medievales, sin privilegios aristocráticos, eclesiásticos, ni extensiones burguesas o caciquiles frutos de las desamortizaciones, seguimos igual o peor. Más contaminados y menos llovidos. Dominados por el señorío feudal de la multinacional que, a través de la industria química, semillas, maquinaria, combustible y productos financieros, esclaviza al agricultor aferrándolo a la producción en cantidad; persuadiéndolo con adictivas subvenciones obtenidas y bien maquilladas con lo que dejan de pagarles por un justo precio en lo recolectado’. ¿Qué crees que se debería cambiar para mejorar los aspectos a los que aludes en este párrafo?

S.C.: Al ser humano. No hay otra fórmula más eficiente para superar o evitar este tipo de abusos.

Pero como eso no va a ser posible por el momento. Lo que podría intentarse es procurar y exigir la consecuente formación  que  favorezca prácticas agrícolas que beneficien a todo y a todos.

Es de una enorme responsabilidad producir alimentos, afectar al entorno. Perjudicar los ecosistemas y alterar el paisaje.

Del mismo modo que a nadie se le ocurre que un médico ejerza a base de operar a gente hasta que aprenda sin una formación previa.

No veo por qué los agricultores no se verían beneficiados de la conveniente instrucción que los beneficie y con ello a toda la sociedad.

En realidad para ser más eficientes habría que exigir formación a los políticos que gestionan la agricultura y procurar formación a los agricultores que les permita liberarse y estar protegidos ante determinadas imposiciones que los obligan a hipotecarse en exceso, y con ello empujados a perjudicar el ecosistema y por defecto al conjunto de la sociedad.

J.M.: No te hago preguntas de los lugares de los que hablas porque no sería justo, a mi modo de ver, hablar de unos lugares y no de otros.

Recomiendo el libro porque, entre otras cosas, he aprendido mucho de los distintos lugares que no sabía. Pero me gustaría que nos dijeras qué trayecto le recomendarías a alguien que no ha visitado Andalucía jamás, es decir, por dónde comenzarías y por dónde seguirías a grandes trazos.

S.C.: Si las preferencias del visitante son similares a las mías en relación con lugares monumentales y naturales. Contrastando entre ciudades y pueblos. Más que una ruta, sugiero aventurarse por el territorio, porque las posibilidades de sorprenderse y descubrir lugares atractivos abundan por las ocho provincias.

Sin embargo, como no eludo implicarme y además me apasiona hablar del tema. Existen ciudades que dan para toda una vida disfrutándolas de maneras muy diferentes en multitud de visitas.

Comarcas enteras que son una ruta en sí por la cantidad de valores que ofrecen.

Paisajes espectaculares similares a los más destacables del mundo, sin necesidad de comparaciones.

Perderte sin haberlo planificado de repente una soleada mañana de abril, con la temperatura perfecta, sin frio ni calor, por rutas forestales de la sierra de Andújar y entender al cabo de un rato porqué por el camino fuiste viendo a tantos fotógrafos con aspecto de ingleses, belgas o alemanes.

Entendiendo perfectamente que la presencia de toda esa gente super callada y camuflada era para atrapar todo cuanto a ti te había quedado en la retina para siempre. Habiendo contemplado poco más o menos que alguna de esas escenas del Arca de Noé, o alguno de esos parísos de Adán y Eva, de los que tan habituados estabas a ver desde niño en el Museo del Prado.

Flipando absolutamente cuando el amanecer enfocaba las frondas de encinas, madroños y quejigos. Contemplando manadas de ciervos, gamos, toros y muflones. No creyéndote que aquello fuera verdad. Porque además justo delante del lento circular de tu coche estaba cruzando tan tranquilo, el príncipe de Sierra Morena. Un precioso lince que te hará sentir un ser afortunado por haber podido ver algo tan preciado y tan buscado para toda esa gente de los objetivos carísimos apostados durante días en sus refugios fotógrafos. Y tú te llevas la mejor foto en la memoria de un día inolvidable sin necesidad de hacerla.

O descubres por primera vez ese mundo de las Mil y una noches cruzando la puerta del León de los Reales Álcázares de Sevilla. O te adentras por la puerta del Mexuar de los palacios nazaríes de Granada.

Algo tan indescriptible como sentir que viajas en el tiempo. Y todo aquello en aquel momento está a tu disposición para percibir las sensaciones que disfrutaron sus moradores.

Tanto como perderte por las calles de Carmona, Antequera, Arcos de la Frontera o Úbeda y Baeza.

Alucinar con comarcas enteras repletas de pueblos bonitos, experimentando la misma sensación de orgullo que puedan sentir los franceses o italianos por la cuidada belleza de sus pueblos toscanos o provenzales.

Todos los de la sierra de Aracena son de cine y merecedores de contar con banda sonora sus atractivos. Al igual que los de la Alpujarra granadina y almeriense.

Y por supuesto los Pueblos Blancos de Cádiz o La Axarquía de Málaga. Los Pedroches en Córdoba. El Condado en Huelva…

Esta respuesta da para un libro y de hecho en el que nos referimos en esta entrevista está descrito con la maravilla de sensaciones y vivencias que he disfrutado por todos estos magníficos lugares.

J.M.: ¿Tienes un nuevo proyecto empezado o en mente del cual nos puedas revelar algo?

S.C.: La verdad es que no. Me he quedado absolutamente satisfecho. Habiendo colmado mi necesidad intelectual por materializar lo que pensaba, sentía y deseaba.

Si puede llamarse proyecto, este libro en realidad es la culminación del primero que hice y nunca publiqué.

Y posiblemente este ha ocurrido porque algo quedó inacabado o pendiente con haber dejado el otro a la suerte de haberlo regalado con la esperanza de que el destinatario correspondiera, como en las películas, sorprendiéndome con el regalo de hacerlo por mï.

Aunque nunca se sabe. Igual un día me sorprende por fin.

J.M.: Para terminar la entrevista, ¿qué añadirías que consideres importante y de lo cual no hayamos hablado durante la misma?

S.C.: Soy consecuente y valoro tu cuidadoso respeto y educación no habiendo aludido determinados capítulos en los cuales expongo aspectos muy personales acerca de aventuras o encuentros íntimos.

No me hubiera molestado lo más mínimo que preguntases cuando hubieses considerado oportuno. Lo que se publica es con intención de comunicar que determinadas cosas ni son tan malas como nos pretenden hacer creer, ni debemos sentir pudor o avergonzarnos de ser personas en el mejor y más amplio sentido de la palabra. Porque precisamente por ser personas nos comportamos como tales con la mayor normalidad del mundo. Practicando todo aquello que no hace daño ni perjudica a nadie, sin censurarse. Abriendo puertas que durante demasiado tiempo sólo se han permitido cruzar a escondidas, aquellos que en público critican lo que hipócritamente realizaban en privado.

Con el saludable deseo de que cualquiera que nos preceda aproveche la vida como merece, sin desperdiciar ni un solo día con cosas tan evitables como depresiones o malestar por algo tan evitable como no tener la oportunidad de ser uno mismo. Afección tan indeseable como la canallada de quienes fomentan perjudicar a cualquiera que cataloguen, clasifiquen o demonicen como diferente, inapropiado, peor, o lo que se les antoje.

Espero e intuyo que este libro servirá para que la casualidad que lo ponga en manos de gente joven les sirva para quererse, valorarse y con ello querer y valorar mejor a los demás, como yo he aprendido a lo largo de mi vida, con la satisfacción de sentirme bien conmigo y agradecido con la vida. A pesar de haber atravesado esas duras etapas de las que no nos libramos casi nadie, pero que si uno tiene la suerte de superarlas las da por buenas, por lo se aprende, sobre todo para que no vuelvan a acontecer. Valorando cada día como un regalo extraordinario.

                                     Juana María Fernández Llobera

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